lunes, 20 de octubre de 2014

LA ESTRELLA DE LA MITOLOGÍA: EROS Y PSIQUE


Hoy os traigo un de mis mitos favoritos, la historia de Eros y Psique. Hace ya muchos años que este mito me fascina, y cada vez que lo recuerdo me inspira más y más ideas, sentimientos, sensaciones... Es difícil de explicar, pero es lo que me pasa con los mitos en general, para mí su sabiduría es inagotable. Para no hacer una entrada demasiado larga hoy pongo aquí sólo la historia, un poco abreviada por mí y, en próximas entradas, iré poniendo lo que a mí me dice este mito. Estoy abierta a que compartáis lo que queráis acerca del mito, toda aportación resultará enriquecedora.

EL MITO DE EROS Y PSIQUE


En una ciudad de Grecia había un rey y una reina que tenían tres hijas. Las dos primeras eran hermosas, pero para ensalzar la belleza de la tercera, llamada Psique, no es posible hallar palabras en el lenguaje humano. Toda la población de Grecia y alrededores empezó a visitar el palacio de Psique para adorarla, mientras que los templos de Afrodita quedaron vacíos. Afrodita decidió que la joven Psique tenía mucho que aprender, por lo que hizo llamar a su hijo Eros y le hizo el siguiente encargo: “Haz que Psique se inflame de amor por el más horrendo de los monstruos, o por el más infame de los hombres” y, dicho esto, se sumergió en el mar con su cortejo de nereidas y delfines.
Psique conocía ya el precio amargo de su hermosura. La gente la trataba como a una diosa, y nadie era lo bastante osado para amarla de verdad. Sus hermanas mayores se habían casado ya, pero nadie se había atrevido a pedir su mano: al fin y al cabo, la admiración es vecina del temor… Sus padres consultaron entonces al oráculo: “A lo más alto del monte la llevarás, donde la desposará un ser ante el que tiembla el mismo Zeus”. El corazón de los reyes se heló, y donde antes hubo loas, todo fueron lágrimas por la suerte fatal de la bella Psique. Ella, sin embargo, avanzó decidida al encuentro de la desdicha.
Sobre un lecho de roca quedó Psique, en lo alto del monte, mientras el fúnebre cortejo nupcial se retiraba. Al poco se levantó una brisa suave que meció sus vestiduras y la elevó en el aire, y la depositó suavemente en una pradera cuajada de flores. Más allá se veía un palacio. Entró en él y quedó asombrada por la belleza del edificio y sus estancias; su asombro creció cuando unas voces angélicas la invitaron a comer de espléndidos platos y a acostarse en un lecho. Cayó entonces la noche, y en la oscuridad sintió Psique un rumor. Pronto supo que su secreto marido se había deslizado junto a ella. No podía verle en la oscuridad, sólo sentirle. Él se marchó antes del amanecer, y todas las noches regresaba para volver a ausentarse antes del alba. Psique empezaba a enamorarse de alguien a quien nunca había visto.
Él le puso, para ser su esposa y vivir en aquel maravilloso palacio, dos condiciones: la primera era no mirarle nunca a la cara, la segunda era no preguntar. En una ocasión su desconocido marido le advirtió que sus hermanas estaban a punto de ascender la montaña para buscarla. Le suplicó que no les prestara atención, pero cuando Psique las oyó llamándola y llorando, no puedo contenerse y pidió al viento que las llevara a su palacio. Cuando las hermanas vieron las joyas, las ricas vestimentas y todos los tesoros del palacio de Psique, tuvieron celos: “¿qué aspecto tiene tu esposo?”, le preguntaron con insistencia, y finalmente Psique tuvo que admitir que nunca lo había visto. “Es un monstruo –le dijeron-, por eso no tiene valor para mostrarse ante ti. Ahora estás embarazada y todo el mundo sabe que el manjar predilecto de los monstruos son las mujeres en cinta. Tienes que matarle antes de que él os mate a los dos; utiliza una lámpara para verle, ¡y cortarle la cabeza con un cuchillo!”
La ingenua Psique creyó todo lo que le dijeron sus hermanas. Encontró una lámpara y un cuchillo, y los escondió junto a la cama. Aquella noche, cuando su esposo se quedó dormido, encendió la lámpara y la acercó despacio al rostro de su amor dormido. Era… el propio dios Eros, joven y esplendoroso: unos mechones dorados acariciaban sus mejillas, en el suelo yacía el carcaj con sus flechas.
Cuando Psique se inclinó a besar a su esposo una gota de aceite hirviendo cayó de la lámpara que sujetaba con temblorosas manos. El dios despertó sobresaltado y, al ver traicionada su confianza, se alejó mudo y pesaroso. En la distancia se volvió y dijo a Psique: “Llora, sí. Yo desobedecí a mi madre desposándote. Te amo… Que te amo, tú lo sabes. Ahora el castigo a tu traición será perderme”. Y dicho esto se fue.
Psique se sentía tan desdichada que intentó ahogarse en un río, pero éste la reconoció como esposa de Eros y no le permitió morir. Finalmente Psique acudió a un templo de Afrodita a implorar su ayuda. Afrodita resulta ser una diosa muy dura cuando se ponen a prueba los dones del amor, e impuso a Psique cuatro pruebas para ser merecedora de unirse a Eros.
La primera prueba es una prueba clásica, que aparece en un cuento iniciático como es La Cenicienta: Afrodita le presenta un enorme cesto lleno de granos y semillas de maíz, cebada, mijo, girasol, chícharo, lenteja y frijoles, todo mezclado, y le dice: “Demuestra tu capacidad. Clasifica las semillas, aparta los granos según su especie y fíjate que la tarea esté finalizada antes del anochecer.” Para esta tarea tiene la ayuda de todo un ejército de hormigas, que al igual que el río, la reconocen como la amada de Eros.
En la segunda prueba Afrodita le dice a Psique que tiene que ir a un lugar situado al otro lado del río y traer vellones de lana dorada de los carneros del Sol que allí pacen. El viento en una caña quebrada, a manera de flauta, le dice que no debe hacerlo trasquilándolas, pues son carneros furiosos al mediodía y la darían muerte. Debe esperar al atardecer, que los carneros al rozarse con las ramas del bosque dejarán en él sus hebras de lana dorada.
En la tercera prueba, Afrodita envía a Psique a que llene una copa de cristal en uno de los ríos del Hades, aquel que se precipita por un majestuoso torrente desde una elevada montaña y luego desaparece bajo la tierra para regresar interiormente a la cima de la montaña en una corriente circular, que tiene por extremos las más elevadas cumbres y los más profundos avernos. Este extraño río se encuentra vigilado por terribles y peligrosos monstruos y no existe ningún lugar, cerca del torrente, en el que Psique pueda detenerse para llenar la copa. En esta ocasión es el mismo Zeus quien decide ayudarla, tomando partido por Eros, y le manda a su águila. El espléndido animal vuela hasta una Psique abatida por la desgracia y le pide que le de la copa de cristal. Con ella entre las garras, el águila vuela hasta el centro del torrente, inclina la copa hacia las peligrosas aguas y la llena, devolviéndosela luego a Psique, con lo que ésta logra finalizar con éxito la insuperable prueba.
En la cuarta prueba Psique debe descender a los infiernos, el reino de lo invisible, el reino de Hades. Afrodita le ordena visitar a Perséfone paea pedir para Afrodita el secreto de su belleza. Psique subió a una alta torre, decidiendo que el camino más corto al inframundo sería la muerte. Una voz la detuvo en el último momento y le indicó una ruta que le permitiría entrar y regresar con vida, además de decirle cómo pasar al perro Cerbero, convencer a Caronte y los otros peligros de dicha ruta. Recibe de Perséfone un cofre donde se guarda el secreto de su belleza, un tesoro del reino de la muerte que cura todo dolor. En teoría ese cofre no era para Psique, sino que Psique debía entregárselo a Afrodita sin abrir. Pero la curiosidad -distintivo de Psique, la curiosidad es la que le hace perder a Eros- le vence y abre la tapa del cofre, cayendo en un letargo similar a la muerte del que es liberada gracias a un beso de su amado Eros.

Tras esto ambos, Eros y Psique, ascienden al Olimpo, la morada de los Dioses, y por orden de Zeus son desposados. Psique bebe “del vino de los Dioses” y se hace inmortal, «Toma, Psique, bebe esto y serás inmortal; Eros nunca se apartará de ti; estas bodas vuestras durarán para siempre.» Es la voz de Zeus que otorga el fuego de los Dioses a quien se ha conquistado a sí mismo. A partir de este momento Psique tiene también alas, al igual que Eros, si bien las suyas son alas de mariposa y no las emplumadas de Eros. 

sábado, 4 de octubre de 2014

LA ESTRELLA DE LA ÉTICA: EL VALOR DE TENER VALORES


Saludos a todos, tras un largo y cálido verano (título, por cierto, de una película que me gusta mucho, protagonizada por Paul Newman, Joanne Woodward y Orson Welles). En estos momentos ando preparando un curso sobre la importancia de los valores en el desarrollo personal, y eso me ha hecho rescatar un artículo que escribí sobre los valores hace unos meses, en el nº46 de la revista El mundo de Sophia Como por aquel entonces todavía no existía este blog, aprovecho la oportunidad para compartir dicho artículo. Espero que os guste.

EL VALOR DE TENER VALORES

Al igual que la filosofía en general, en nuestros tiempos, ha sido prácticamente relegada a los ámbitos académicos y poco más, una de sus más importantes disciplinas, la Ética, está todavía más olvidada. Varios siglos después de la Revolución Industrial nuestro sistema educativo, que se proyecta en todos los ámbitos de nuestra sociedad, sigue anclado en aquella cosmovisión; una cosmovisión que buscaba formar trabajadores y consumidores que desarrollasen y mantuviesen ese sistema. En un marco formativo de estas características no interesa que la filosofía salga de los ambientes universitarios y eruditos, dado que puede resultar sumamente peligroso que los ciudadanos cuestionen el sistema de valores en el que viven, su sentido teleológico. Interesa todavía menos que la Ética abandone su lugar de ideal irrealizable, tan utópica que ya nadie habla de ella más que en sus variantes desprovistas ya del corazón impulsor: ética médica, ética política, ética laboral, etc. Tales éticas, muchas veces, no son éticas en el verdadero sentido de la palabra, sino que son formas de limpiar imagen de cara a la sociedad.
Ya son muchas las personas, desde distintos ámbitos, que empiezan a hablar de la necesidad apremiante de educar en valores, para que los futuros líderes e integrantes de nuestra sociedad sean más respetuosos con la naturaleza, con los hombres y con el mundo en general. Como muestra de rebeldía social, y forma de despertar conciencias, podríamos decir que hoy día hay que tener el valor de tener valores, y para ello es necesario comprender íntimamente el valor de tener valores. Parece un juego de palabras, pero es una realidad. Los valores se fundamentan en algo, y ese algo es una ética. No hablo de ninguna moral concreta, sino de una forma de ser y de estar en el mundo. De ahí que la palabra ética provenga del vocablo êthos, que posee dos sentidos fundamentales. El primero viene a significar el suelo firme, el fundamento, del que brotan todos los actos humanos. El segundo, a partir de Aristóteles, significa “modo de ser”. Ambas acepciones son complementarias: el fundamento ético se plasma en un modo de ser, de actuar.
Decía el filósofo Inmanuel Kant que el hombre, como cuerpo, está sujeto a las leyes de la naturaleza, pero moralmente es libre. Esa libertad interior, entre otras cosas,  impide que el hombre pueda eludir la responsabilidad de sus actos y, por ende,  de su propia vida. También instaba Kant a que el hombre abandonase la minoría de edad, que implica que los demás te digan lo que tienes que hacer, decir y pensar.
“La pereza y la cobardía son las causas de que una gran parte de los hombres permanezca, gustosamente, en minoría de edad a lo largo de la vida (…); y por eso les ha resultado tan fácil a otros el erigirse en sus tutores”. (Respuesta a la pregunta: ¿qué es la ilustración?)
Cuando no se tienen valores propios, libremente reflexionados y aceptados, es fácil que otros se erijan en “tutores”. Creo que en el momento presente abandonar la minoría de edad es de gran urgencia, que el responsabilizarse de los propios actos y de sus consecuencias es de gran urgencia. Es más fácil permanecer en minoría de edad, que te digan lo que tienes que hacer y no pensar por uno mismo, y si el fruto de tus actos es dañino, no hacerte responsable porque has hecho lo que te dijeron que había que hacer, o lo que está socialmente aceptado. No obstante, en vista de la trayectoria de nuestro globalizado mundo, me temo que no nos podemos permitir ese lujo por más tiempo.
Ante la pesada losa de “está todo tan mal que es imposible cambiarlo, ¿qué puedo hacer yo?”, la tan manida respuesta, y no por ello menos real y contundente, de Gandhi: “sé el cambio que quieres ver en el mundo”. Si nos sacudimos todos  la pereza de empezar nosotros mismos a ser lo que internamente, moralmente, libremente, queremos ser el cambio está garantizado. Pero los cambios siempre dan miedo, el no saber qué pasará después. Lo bueno, por decirlo de alguna manera, de la crisis mundial que estamos viviendo es que nos pone en la tesitura de no temer qué pasará después, porque no puede ser peor de lo que está pasando en el momento presente. No hace falta hacer una gran revolución, poner tu vida patas arriba pues, como se suele decir, gota a gota se llena el vaso. Si nos sentimos capaces de una gota, y otra gota, y otra gota… ya estaremos cambiando cosas, aunque desde fuera sea imperceptible. Si nos sentimos capaces de más, pues más, no seamos tímidos. Esto que estoy diciendo aquí no es nada nuevo, si se repasa la vida y la obra de todos los grandes filósofos, y no filósofos, éticos de la historia, están diciendo esto mismo, con distintos lenguajes y en marcos históricos diferentes.
¿Cuál sería ese suelo firme que sustenta nuestros actos? Nuestro ideal de lo que es, o debiera llegar a ser, el hombre. Los valores reales de cada época (es decir, lo que realmente se hace, y no lo que se dice que debiera hacerse) se derivan de la idea de ‘Hombre’ vigente. Esto da mucho que pensar, pues cuanto más excelsa es la idea de lo que es el hombre, más elevada será la moral de esa sociedad. Si consideramos que nuestro mundo tiene una moral muy pobre, es que se sustenta en un ideal humano muy limitado. No vemos a los hombres como gigantes en potencia, sino como enanos llenos de defectos y contradicciones. Si el hombre está convencido de esto, será incapaz de ir más allá de esa “enanez”; incluso el ir más allá de esa pequeñez impuesta puede estar mal visto. Parece que nuestra sociedad premia el “ser normal”, llevar una vida “normal” (no ser “normal” parece sólo admisible en el cine o en las series televisivas), y se tiende a no reconocer ni fomentar la verdadera grandeza (que no es ganar una final de futbol o un Oscar de cine). De ahí, de nuevo, la idea implícita de que en nuestro momento histórico hay que tener el valor de tener valores.
Como fórmula ética general, sin un contenido moral concreto, de nuevo Inmanuel Kant nos legó una herramienta extraordinaria, que podríamos resumir así: obra de modo que puedas querer que lo que haces sea ley universal de la naturaleza, es decir, plantéate si te gustaría vivir en un mundo en el que todos hiciesen lo que tú pretendes hacer. Recientemente en las noticias salía a la luz un nuevo derrumbamiento de un edificio de Bangladesh donde se ubicaban varios talleres de confección para primeras marcas de ropa de occidente. Murieron más de cien personas, y es algo que sucede con cierta frecuencia debido a las casi inexistentes medidas de seguridad (eso sin entrar en los horarios abusivos, la falta de higiene y derechos del trabajador, etc.). ¿Nos gustaría vivir en un mundo en que todos los trabajadores, nosotros incluidos, realizasen su labor en esas condiciones? Si la respuesta es no, ¿por qué lo permitimos? Podríamos exigir a las grandes firmas de ropa que nos garantizasen que sus productos responden a unos mínimos estándares éticos, y la forma de conseguirlo sería no comprarles mientras no exista dicha garantía. El diseñador Juanjo Oliva, en una entrevista reciente, hablaba de la locura en que se ha convertido la moda a nivel consumo, y que no necesitamos tanto. Habría que exigir una mayor calidad, no sólo textil sino humana, y si eso implica que por el mismo dinero podremos comprar la mitad…, tengamos el valor de hacerlo.
En definitiva, se trata de trabajar el discernimiento entre lo que puede ser beneficioso y lo que puede llegar a ser perjudicial, y de hacerse libres para enfocar lo que hemos elegido como correcto. Se trata de “hacerse a uno mismo”, como decía Aristóteles, ir estableciendo una escala de valores propia y personal que oriente nuestros actos, pues sin guía actuamos conforme impulsos, modas, presiones sociales o lo que otros dicen que debemos hacer. Esto último lleva a muchas crisis personales, porque se termina perdiendo el sentido de lo que se hace, para qué se hace y por qué se hace. Descubrir, más tarde o más temprano, que lo que estamos haciendo no lo hemos decidido nosotros y, por lo tanto, nuestro ser no está en ello es siempre sumamente revelador e inspirador; pero también puede resultar terrorífico, depende de a que alturas de la vida nos pille el descubrimiento.
Seamos más jóvenes o más maduros, tengamos en nuestras manos la educación de nuestros hijos o la de los ajenos, aunque sea sólo por nuestro ejemplo de vida, plantemos la semilla de la lúcida reflexión y de la libertad interior; y cuidemos de todos esos tiernos brotes que se convertirán en altos ideales humanos: hombres y mujeres con mentes despiertas y creativas, convicciones sólidas y bien fundamentadas,  actos generosos y bondadosos, dignos medios de vida y que tengan al resto de los seres humanos, y por extensión el planeta en el que viven, como el bien más preciado.