viernes, 23 de enero de 2015

LA ESTRELLA DE LA LUZ: SUPERAR EL MIEDO AL PROPIO BRILLO


Ayer pude disfrutar de unas horas en compañía de la persona a la que considero mi maestra y, aunque en los tiempos que corren mostrar abiertamente amor profundo y admiración por una persona que no sea un deportista, un cantante o un actor esté muy mal visto, no me importa decirlo. Me cansa tanta hipocresía. Estuvimos hablando de distintas cosas, y leyó un poema precioso, inspirador, que conmueve y eleva porque la luz de lo verdadero brilla en él. Este poema es “Nuestro miedo más profundo” de Marianne Williamson.



Nuestro miedo más profundo
Nuestro miedo más profundo no es el de ser inapropiados. Nuestro miedo más profundo es el de ser poderosos más allá de toda medida.
Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta.
Nos preguntamos: ¿Quién soy yo para ser brillante, precioso, talentoso y fabuloso? Más bien, la pregunta es: ¿Quién eres tú para no serlo? Eres hijo del universo.
No hay nada iluminador en encogerte para que otras personas cerca de ti no se sientan inseguras.
Nacemos para poner de manifiesto la gloria del universo que está dentro de nosotros,como lo hacen los niños. Has nacido para manifestar la gloria divina que existe en nuestro interior.
No está solamente en algunos de nosotros: Está dentro de todos y cada uno.
Y mientras dejamos lucir nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otras personas para hacer lo mismo. Y al liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás.”


La extraña tendencia a la ocultación del propio brillo es uno de los temas en los que tuvimos que realizar una indagación personal cuando me estaba formando como Asesora Filosófica, y ya me llamó mucho la atención entonces. ¿Qué nos ha hecho el mundo, las formas políticas, nuestra cultura, la educación religiosa, etc., para que nos inhibamos tanto que sólo parecen tener vida y poder de decisión nuestras máscaras, nuestro ego? ¿Por qué caminos tan errados hemos viajado para llegar a este punto?

Hemos de preguntarnos si hay en nosotros resistencia a aceptar nuestra fortaleza, ¿es más cómodo, más fácil, más “conocido” aliarse con nuestra parte débil que con nuestra parte fuerte? ¿Quién sabe a dónde nos llevará esa voz?, y el miedo nos inhibe. Sentir odio, frustración, insatisfacción con uno mismo es algo que en cierto modo se alimenta, como que ese es el acicate para ser mejores, más exitosos en la vida o más merecedores del cielo en la otra. Pero manifestar abiertamente nuestro amor hacia nosotros mismos..., en general no nos atrevemos, aparece rápidamente un sentimiento de culpa. ¿Cómo me voy a amar, si estoy a “años luz” de ser lo que “debería” ser? Y como nuestra programación mental, o cultural, o egoica, o como queramos llamarla, siempre está a gran distancia de ser lo que debiéramos ser, nunca orientamos la luminosa mirada del amor sobre nosotros mismos.

Se habla mucho de represión sexual, las consultas de los psicólogos y sexólogos están llenas, surgen debates y programas televisivos al respecto pero, ¿se habla alguna vez de represión espiritual?, ¿de la lacra social que existe sobre la idea de vivir con plenitud la propia esencia? Si nuestros hijos nos dicen que de mayor quieren ser médicos, abogados, etc., nos parece bien, pero si alguno nos dice que a lo que aspira en la vida es a Ser, con mayúsculas, y que a eso va a dedicar sus mayores esfuerzos, nos echamos a temblar.

El filósofo Nietzsche, en su genealogía de la moral, ya nos advertía de que la moral europea es una moral de débiles e impotentes, una moral del resentimiento. Señalaba que la moral europea ha nacido de la desconfianza en el propio poder creativo, de la desconfianza en la belleza [y de ahí el nacimiento del culto artístico a lo feo], y de la desconfianza en la felicidad [¡cuidado con la felicidad, estáte atento que a la vuelta de la esquina te espera alguna trampa!]. La exaltación moral de una humildad mal entendida se ha llevado a cabo al precio de demonizar el propio brillo, la propia fuerza.

No reconocer nuestras virtudes, nuestras fortalezas, nuestra luz, es una actitud deplorable, muestra ingratitud hacia los dones recibidos y hacia los dones conquistados. A mi maestra le emocionaba especialmente el final del poemas, ese “Y mientras dejamos lucir nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otras personas para hacer lo mismo. Y al liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás.” De ayer a hoy he estado reflexionando sobre estas palabras. Creo que cuando hay un reconocimiento profundo de los propios dones, y mostramos nuestra gratitud dándoles espacio y dejándolos brillar en nosotros, nuestra mirada luminosa se intensifica y se despierta la capacidad de reconocerlos en cualquier lugar donde se encuentren. Cuando alguien se da a sí mismo permiso para brillar, esta abriendo una puerta que hasta ese momento permanecía cerrada, y la deja abierta para que yo vea que es posible, que puede hacerse. Su brillo ilumina, embellece y enriquece al mundo; me muestra cuan valiosa podría ser mi aportación; cuando su mirada se posa en mi y ve mis dones, los reconoce, me está ayudando a abrir mi propia puerta y a darme permiso para franquearla. Y como somos Uno en esencia, cada vez que uno de nosotros se da permiso para brillar se lo estamos dando a la humanidad entera.