martes, 2 de diciembre de 2014

LA ESTRELLA DE LOS ANIMALES DOMÉSTICOS: UN DESPERTAR EN BUENA COMPAÑÍA




Hoy me he despertado inmovilizada por mis dos mascotas, por mi perra pegada a mi costado derecho, y por mi gata pegada a mi costado izquierdo. En esos escasos segundos o minutos que dura esa especie de limbo en el que se encuentra nuestra mente en el momento del despertar del sueño, en el que está entre aquí y allá, uno a veces puede tener reflexiones extrañas, curiosas, poco racionales, libres, creativas... Supongo que todos podríamos contar vivencias al respecto. Yo me he sentido muy bien, a gusto, y ahora me doy cuenta de que se me ha escapado parte de lo que ha pasado por mi mente en ese momento, como sucede con los sueños. Su materia es tan sutil que pronto se deshacen hasta quedar flotando en nuestro recuerdo a modo de retazos de deshilachadas nubes.  



Cuando me he despertado y he notado su calor y su contacto he pensado en la relación tan especial que puede existir entre los hombres y los animales domesticados. En mi caso al menos yo los veo, y los siento, como que se dejan enteramente en tus manos sin ningún miedo, sin ninguna aprensión. Que eres el centro de su mundo. Les es indiferente si eres feo o guapo, joven o viejo, alto o bajo, rico o pobre. Perdón, eso es un error. No se trata exactamente de indiferencia, simplemente tales distinciones no existen. No tienen mente dual, como nosotros. Es como que ellos ven nuestra alma, nuestro Ser, y las sutilezas de nuestra personalidad encarnada son sólo eso, sutilezas de una personalidad encarnada.

¿Existe alguna relación parecida entres dos especies? Es la pregunta que acude en ese momento a mi mente, y se abre paso a través de ella una idea que me “despierta” y me deja pensando: “quizás la tantas veces nombrada relación entre dioses y hombres sea algo parecido. Ese sentimiento de dejarse enteramente en manos de... (dioses, Dios, Vida, Tao) sin ningún miedo ni aprensión. Sentir que sí eres importante, querido, cuidado, protegido.” “Ya -me digo a mí misma- pero en el caso que así fuera hay una diferencia fundamental, mi perro y mi gato pueden verme, tocarme. Estoy ahí realmente.” Y de esta idea me surge otra, y es que quizás sea un problema de percepción, de visión. No de que estén o no estén a nuestro alcance, sino de nuestra capacidad de verlos, de percibirlos. Porque es cierto que muchos hombres y mujeres no ven ni sienten nada que no sea tangible, material, perteneciente al rostro invisible de lo visible. Otros muchos no lo ven, pero si que lo perciben de alguna manera. Pero, ¿y las vivencias que nos han legado tantos y tantos místicos que en el mundo han sido? Un San Francisco de Asís, una Teresa de Avila, un Buda, un Lao Tse, etc. Leyéndoles te das cuenta que su relación con lo invisible fue tan intensa que en ellos la vivencia de lo sagrado no era una cuestión de fe, de intuición, sino de certeza absoluta.

Quizás con los dioses pase lo mismo que con los hombres: hay quienes cuidan mejor de sus mascotas y quienes lo hacen peor. Quizás los dioses también estén en evolución, a su manera. Una manera que nos es del todo inconcebible. Quizás lo que nos pase a los hombres es que no tenemos la capacidad de aceptación que tienen los animales. Nuestros animales aceptan plenamente que tengamos un mal día, que nos olvidemos de darles su ración de pienso a la hora y se la demos más tarde, que les prohibamos hacer determinadas cosas aunque no acepten a comprender el por qué, etc. No nos critican por ello, ni nos odian, ni nos dejan, ni nos insultan. Nos aman igualmente. Creo que tengo mucho que aprender de su aceptación, de su capacidad de disfrutar del momento, de su autenticidad, de su falta de doblez, de su capacidad de verte y de amarte sin reservas, sin velos. Te aman a ti, no a tu aspecto ni a tu cuenta bancaria.


 Perdón por mi reflexión de hoy, no es algo muy racional, es tan sólo la sombra del eco que me ha dejado un rapto “límbico”, un vuelo mental por los mundos inmateriales a que nos llevan los sueños.