miércoles, 1 de junio de 2016

¿FILOSOFÍA? PERENNE, POR FAVOR


Estamos viviendo tiempos difíciles para la filosofía, no solo para el pensamiento crítico acerca de la sociedad en la que vivimos, de los valores que se nos imponen, de la educación que damos y recibimos, de las potencias que mueven los hilos a nivel mundial, etc.; también son tiempos difíciles para esa mirada reflexiva que indaga sobre la propia filosofía operativa, que pone la luz de la conciencia en el propio sistema de creencias que explica nuestra conducta, que aclara porque hacemos una cosa y no otra, porque vamos por un camino y no por otro. Nuestra filosofía de vida es la clave de nuestra libertad interior, ese lugar central desde el que podemos elegir cómo vivir incluso aquellas circunstancias que podemos catalogar de inevitables y en las que parece que no existe margen donde hacer uso de nuestra capacidad de elección.
La filosofía y los filósofos siempre han resultado algo incómodo, especialmente para aquellos segmentos de la sociedad a los que no les parece deseable que la gente piense, se cuestionen el modo de funcionar del mundo en el que viven, que aprendan que son dueños y responsables de sí mismos en todo momento y circunstancia. Pienso que de ahí el ahínco en convertir a la filosofía en sinónimo de especulación, de pura teoría que no tiene ningún punto de conexión con nuestra realidad externa ni con nuestra realidad interna. Nos han hecho olvidar que durante mucho tiempo fue considerada la vía por excelencia para alcanzar la plenitud vital.
Filosofía significa, etimológicamente hablando, amor a la sabiduría. Y ese es su sentido originario. La sabiduría, el saber, la verdad, va más allá de un mero conocimiento racional, implica un posicionamiento activo. La palabra «amor a» también implica una predisposición activa. Nunca se trató meramente de saber, y menos de adquirir conocimientos, lo esencial era encontrar la forma idónea de ser plenamente coherente: que lo que sabes, sientes y finalmente haces, vives, formen un solo ser. Creo que si somos capaces de alcanzar dicha coherencia filosófica alcanzaremos una serenidad indestructible, una felicidad existencial que predominará más allá de los vaivenes de nuestras circunstancias personales.
La coherencia personal se alcanza desde el conocimiento profundo de la realidad y de nosotros mismos y, por el contrario, el sufrimiento mental evitable nace siempre de las oscuras aguas de la ignorancia.
La historia de la filosofía, tanto de Oriente como de Occidente, desde esta perspectiva se torna un inmenso firmamento repleto de brillantes estrellas, pues cada verdad alumbrada es una luz que exorciza la oscuridad. Muchas son las estrellas que iluminan el camino, muchos los filósofos cuya vida y experiencia pueden ser útiles a otros que quieran transitar el mismo camino. Esta sabiduría no pertenece a nadie, no tiene nombre y apellidos, no posee un carácter cambiante como el de la filosofía especulativa. Un buen número de pensadores del siglo XX unificaron esta filosofía imperecedera bajo el nombre de «filosofía perenne».

Artículo aparecido en Homonosapiens http://www.homonosapiens.es/filosofia-perenne-por-favor/