Hoy me he despertado inmovilizada por mis dos mascotas, por mi perra
pegada a mi costado derecho, y por mi gata pegada a mi costado
izquierdo. En esos escasos segundos o minutos que dura esa especie de
limbo en el que se encuentra nuestra mente en el momento del
despertar del sueño, en el que está entre aquí y allá, uno a
veces puede tener reflexiones extrañas, curiosas, poco racionales,
libres, creativas... Supongo que todos podríamos contar vivencias al
respecto. Yo me he sentido muy bien, a gusto, y ahora me doy cuenta
de que se me ha escapado parte de lo que ha pasado por mi mente en
ese momento, como sucede con los sueños. Su materia es tan sutil que
pronto se deshacen hasta quedar flotando en nuestro recuerdo a modo
de retazos de deshilachadas nubes.
Cuando me he despertado y he notado su calor y su contacto he pensado
en la relación tan especial que puede existir entre los hombres y
los animales domesticados. En mi caso al menos yo los veo, y los
siento, como que se dejan enteramente en tus manos sin ningún miedo,
sin ninguna aprensión. Que eres el centro de su mundo. Les es
indiferente si eres feo o guapo, joven o viejo, alto o bajo, rico o
pobre. Perdón, eso es un error. No se trata exactamente de
indiferencia, simplemente tales distinciones no existen. No tienen
mente dual, como nosotros. Es como que ellos ven nuestra alma,
nuestro Ser, y las sutilezas de nuestra personalidad encarnada son
sólo eso, sutilezas de una personalidad encarnada.
¿Existe alguna relación parecida entres dos especies? Es la
pregunta que acude en ese momento a mi mente, y se abre paso a través
de ella una idea que me “despierta” y me deja pensando: “quizás
la tantas veces nombrada relación entre dioses y hombres sea algo
parecido. Ese sentimiento de dejarse enteramente en manos de...
(dioses, Dios, Vida, Tao) sin ningún miedo ni aprensión. Sentir que
sí eres importante, querido, cuidado, protegido.” “Ya -me digo a
mí misma- pero en el caso que así fuera hay una diferencia
fundamental, mi perro y mi gato pueden verme, tocarme. Estoy ahí
realmente.” Y de esta idea me surge otra, y es que quizás sea un
problema de percepción, de visión. No de que estén o no estén a
nuestro alcance, sino de nuestra capacidad de verlos, de percibirlos.
Porque es cierto que muchos hombres y mujeres no ven ni sienten nada
que no sea tangible, material, perteneciente al rostro invisible de
lo visible. Otros muchos no lo ven, pero si que lo perciben de alguna
manera. Pero, ¿y las vivencias que nos han legado tantos y tantos
místicos que en el mundo han sido? Un San Francisco de Asís, una
Teresa de Avila, un Buda, un Lao Tse, etc. Leyéndoles te das cuenta
que su relación con lo invisible fue tan intensa que en ellos la
vivencia de lo sagrado no era una cuestión de fe, de intuición,
sino de certeza absoluta.
Quizás con los dioses pase lo mismo que con los hombres: hay quienes
cuidan mejor de sus mascotas y quienes lo hacen peor. Quizás los
dioses también estén en evolución, a su manera. Una manera que nos
es del todo inconcebible. Quizás lo que nos pase a los hombres es
que no tenemos la capacidad de aceptación que tienen los animales.
Nuestros animales aceptan plenamente que tengamos un mal día, que
nos olvidemos de darles su ración de pienso a la hora y se la demos
más tarde, que les prohibamos hacer determinadas cosas aunque no
acepten a comprender el por qué, etc. No nos critican por ello, ni
nos odian, ni nos dejan, ni nos insultan. Nos aman igualmente. Creo
que tengo mucho que aprender de su aceptación, de su capacidad de
disfrutar del momento, de su autenticidad, de su falta de doblez, de
su capacidad de verte y de amarte sin reservas, sin velos. Te aman a
ti, no a tu aspecto ni a tu cuenta bancaria.
Perdón por mi reflexión de hoy, no es algo muy racional, es tan
sólo la sombra del eco que me ha dejado un rapto “límbico”, un
vuelo mental por los mundos inmateriales a que nos llevan los sueños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario