Para
empezar a indagar en el origen de nuestros “deberías” hay que plantearse ¿por
qué creo que yo “debería” estar en un lugar distinto al que estoy? ¿Por qué
creo que “debería” hacer cosas distintas a las que de hecho hago? Aunque
podemos plantearnos las preguntas de un modo diferente: ¿Por qué pienso que “debería”
hacer cosas que en realidad no quiero hacer?, ¿por qué me impongo una serie de
deberes, de presiones, sobre mí mismo? La respuesta a esta pregunta me parece
vital.
Con
frecuencia he escuchado hablar, a distintos especialistas en desarrollo
personal, acerca de que “debemos”
quitarnos de encima el yugo de los deberías; el yugo de un “yo ideal” que es
una creación mental, y que encarna lo que pensamos que deberíamos ser. Esto se
dice porque se trata de una imposición que nace de una no aceptación de nuestra
realidad presente, de quien uno es aquí y ahora. Todo esto es real, es un mal
muy extendido y que causa mucho sufrimiento. No obstante siempre que escuchaba
hablar de este tema surgía algo en mí que no lo veía del todo claro, porque
esta verdad puede manipularse y utilizarse como excusa para no hacer nada, para
ser cómodo: me acepto como soy y no tengo porque exigirme nada. Lo típico, “bueno,
soy así, qué le vamos a hacer”. Y no lo digo sólo desde una perspectiva moral,
no, creo que en la vida todo está en movimiento y en evolución, y si uno no va
poniendo en juego sus diferentes potencialidades esto acarreará también sufrimiento,
seguro. Será un sufrimiento más sutil, más difícil de ver, y por ello mismo más
dañino. Entonces, ¿dónde está el límite entre aceptar y conformarse?
Creo
que también es una realidad que muchas cosas conllevan un esfuerzo, poner en
funcionamiento nuestra fuerza de voluntad y nuestros recursos. Pero también es
ésta una idea peligrosa. Hemos sido educados, consciente o inconscientemente,
en la creencia cristiana de que vivimos en un valle de lágrimas y que hay que
sufrir para conseguir las cosas: hay que sufrir para alcanzar la felicidad, el
amor, la amistad… esforzarse muchísimo, que si no hay dolor y esfuerzo no se
puede conseguir nada que valga la pena. ¿Dónde está la verdad, el equilibrio
entre estas dos posiciones opuestas? Pienso que hay una clave muy importante, y
está relacionada con la pregunta que hacia al principio, ¿cuál es el origen de
mis deberías, de lo que creo que debería hacer? ¿El origen es que yo no acepto
mi realidad presente, no acepto quien soy ahora mismo, en qué lugar del camino
estoy, etc.? Es decir, no me acepto, no me quiero y por ello sueño con ser
alguien distinto, sueño con un yo idealizado y pongo todos mis esfuerzos y
anhelos en conseguir ese yo. Este anhelo de perfección, de mejoramiento, en
realidad es una forma de huida de nosotros mismos, de la realidad de quienes
somos. A efectos meramente prácticos hacer esto no resulta ser una forma de
trabajo muy eficiente a largo plazo. Si partimos de la base de que no aceptamos
nuestra realidad presente, es imposible fijarnos unos plazos ni unas metas muy
realistas y factibles. Esto lleva a un “plus” de frustración y ansiedad, con lo
cual podemos sentirnos paralizados, literalmente. En algunos casos la “vocecita”
mental que nos recuerdas nuestros “deberías”, y que a la par que se va
frustrando se vuelve más insistente, llega a ser tan insoportable que se buscan
formas (inconscientes) de acallarla, sea pasando horas delante de la televisión
o del ordenador para adormecer la consciencia, sea recurriendo al alcohol, las
drogas, etc. A niveles más internos, más sutiles, más directamente relacionados
con nuestro Ser, imaginad si a alguien cercano durante años, a diario, a todas
horas, le dijerais “No te amo, no te acepto como eres, sino como yo creo que
deberías ser”, ¿cuál pensáis que sería el resultado? Pues eso mismo es lo que nos hacemos cuando
nuestros “deberías” surgen de la no aceptación.
Hay
otra forma de vivir la búsqueda de la excelencia personal, porque al fin y al
cabo los deberías, cuando no son materiales, son una búsqueda de excelencia
personal, de ser mejores en aquellos aspectos que consideramos que podemos
mejorar. Si partimos de la realidad de quien soy, y de cómo soy ahora, en este
momento, si soy capaz de aceptarme y amarme ahora, no en ese hipotético futuro
en el cual conseguiré determinadas metas, si me reconozco digno de amor y
respecto, desde ese amor sí surgen determinados “deberías”, aunque ya no son “deberías”
sino anhelos. El anhelo de una excelencia personal en el sentido de un deseo
íntimo de ser mejor, ¿por qué? Porque del mismo modo que cuando amamos a
alguien de verdad, no egoístamente ni posesivamente, deseamos lo mejor para él,
de igual modo desde el amor incondicional por nosotros mismos nos deseamos lo
mejor. Desde ahí surge esa verdadera autoestima (de la que he hablado en una
anterior entrada del blog), y desde ahí sí que surge un sano impulso de
excelencia, de búsqueda de mejorar, de mostrar, de expresar, de hacer. Desde el
amor, desde una elevada autoestima, sí que me parecen correctos, y loables, y
necesarios, los sobreesfuerzos, los “deberías” que buscan ser mejor, porque eso
también es aceptación de lo que es. Estoy íntimamente convencida de que lo que
somos es muy grande, limitarnos es también una forma de no aceptar la nuestra realidad.
¿De
dónde surgen mis “deberías”?, ¿del miedo, de la frustración, de la no
aceptación, incluso del odio hacia mí mismo, o del Amor, por mi Ser y, por
ende, por todos los Seres?
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