

¿Existe alguna relación parecida entres dos especies? Es la
pregunta que acude en ese momento a mi mente, y se abre paso a través
de ella una idea que me “despierta” y me deja pensando: “quizás
la tantas veces nombrada relación entre dioses y hombres sea algo
parecido. Ese sentimiento de dejarse enteramente en manos de...
(dioses, Dios, Vida, Tao) sin ningún miedo ni aprensión. Sentir que
sí eres importante, querido, cuidado, protegido.” “Ya -me digo a
mí misma- pero en el caso que así fuera hay una diferencia
fundamental, mi perro y mi gato pueden verme, tocarme. Estoy ahí
realmente.” Y de esta idea me surge otra, y es que quizás sea un
problema de percepción, de visión. No de que estén o no estén a
nuestro alcance, sino de nuestra capacidad de verlos, de percibirlos.
Porque es cierto que muchos hombres y mujeres no ven ni sienten nada
que no sea tangible, material, perteneciente al rostro invisible de
lo visible. Otros muchos no lo ven, pero si que lo perciben de alguna
manera. Pero, ¿y las vivencias que nos han legado tantos y tantos
místicos que en el mundo han sido? Un San Francisco de Asís, una
Teresa de Avila, un Buda, un Lao Tse, etc. Leyéndoles te das cuenta
que su relación con lo invisible fue tan intensa que en ellos la
vivencia de lo sagrado no era una cuestión de fe, de intuición,
sino de certeza absoluta.
Quizás con los dioses pase lo mismo que con los hombres: hay quienes
cuidan mejor de sus mascotas y quienes lo hacen peor. Quizás los
dioses también estén en evolución, a su manera. Una manera que nos
es del todo inconcebible. Quizás lo que nos pase a los hombres es
que no tenemos la capacidad de aceptación que tienen los animales.
Nuestros animales aceptan plenamente que tengamos un mal día, que
nos olvidemos de darles su ración de pienso a la hora y se la demos
más tarde, que les prohibamos hacer determinadas cosas aunque no
acepten a comprender el por qué, etc. No nos critican por ello, ni
nos odian, ni nos dejan, ni nos insultan. Nos aman igualmente. Creo
que tengo mucho que aprender de su aceptación, de su capacidad de
disfrutar del momento, de su autenticidad, de su falta de doblez, de
su capacidad de verte y de amarte sin reservas, sin velos. Te aman a
ti, no a tu aspecto ni a tu cuenta bancaria.
Perdón por mi reflexión de hoy, no es algo muy racional, es tan
sólo la sombra del eco que me ha dejado un rapto “límbico”, un
vuelo mental por los mundos inmateriales a que nos llevan los sueños.