viernes, 1 de agosto de 2014

LA ESTRELLA DE LA REFLEXIÓN: LOS “DEBERÍAS” QUE PUEBLAN NUESTRA VIDA. 2ª PARTE


Para empezar a indagar en el origen de nuestros “deberías” hay que plantearse ¿por qué creo que yo “debería” estar en un lugar distinto al que estoy? ¿Por qué creo que “debería” hacer cosas distintas a las que de hecho hago? Aunque podemos plantearnos las preguntas de un modo diferente: ¿Por qué pienso que “debería” hacer cosas que en realidad no quiero hacer?, ¿por qué me impongo una serie de deberes, de presiones, sobre mí mismo? La respuesta a esta pregunta me parece vital.
Con frecuencia he escuchado hablar, a distintos especialistas en desarrollo personal,  acerca de que “debemos” quitarnos de encima el yugo de los deberías; el yugo de un “yo ideal” que es una creación mental, y que encarna lo que pensamos que deberíamos ser. Esto se dice porque se trata de una imposición que nace de una no aceptación de nuestra realidad presente, de quien uno es aquí y ahora. Todo esto es real, es un mal muy extendido y que causa mucho sufrimiento. No obstante siempre que escuchaba hablar de este tema surgía algo en mí que no lo veía del todo claro, porque esta verdad puede manipularse y utilizarse como excusa para no hacer nada, para ser cómodo: me acepto como soy y no tengo porque exigirme nada. Lo típico, “bueno, soy así, qué le vamos a hacer”. Y no lo digo sólo desde una perspectiva moral, no, creo que en la vida todo está en movimiento y en evolución, y si uno no va poniendo en juego sus diferentes potencialidades esto acarreará también sufrimiento, seguro. Será un sufrimiento más sutil, más difícil de ver, y por ello mismo más dañino. Entonces, ¿dónde está el límite entre aceptar y conformarse?
Creo que también es una realidad que muchas cosas conllevan un esfuerzo, poner en funcionamiento nuestra fuerza de voluntad y nuestros recursos. Pero también es ésta una idea peligrosa. Hemos sido educados, consciente o inconscientemente, en la creencia cristiana de que vivimos en un valle de lágrimas y que hay que sufrir para conseguir las cosas: hay que sufrir para alcanzar la felicidad, el amor, la amistad… esforzarse muchísimo, que si no hay dolor y esfuerzo no se puede conseguir nada que valga la pena. ¿Dónde está la verdad, el equilibrio entre estas dos posiciones opuestas? Pienso que hay una clave muy importante, y está relacionada con la pregunta que hacia al principio, ¿cuál es el origen de mis deberías, de lo que creo que debería hacer? ¿El origen es que yo no acepto mi realidad presente, no acepto quien soy ahora mismo, en qué lugar del camino estoy, etc.? Es decir, no me acepto, no me quiero y por ello sueño con ser alguien distinto, sueño con un yo idealizado y pongo todos mis esfuerzos y anhelos en conseguir ese yo. Este anhelo de perfección, de mejoramiento, en realidad es una forma de huida de nosotros mismos, de la realidad de quienes somos. A efectos meramente prácticos hacer esto no resulta ser una forma de trabajo muy eficiente a largo plazo. Si partimos de la base de que no aceptamos nuestra realidad presente, es imposible fijarnos unos plazos ni unas metas muy realistas y factibles. Esto lleva a un “plus” de frustración y ansiedad, con lo cual podemos sentirnos paralizados, literalmente. En algunos casos la “vocecita” mental que nos recuerdas nuestros “deberías”, y que a la par que se va frustrando se vuelve más insistente, llega a ser tan insoportable que se buscan formas (inconscientes) de acallarla, sea pasando horas delante de la televisión o del ordenador para adormecer la consciencia, sea recurriendo al alcohol, las drogas, etc. A niveles más internos, más sutiles, más directamente relacionados con nuestro Ser, imaginad si a alguien cercano durante años, a diario, a todas horas, le dijerais “No te amo, no te acepto como eres, sino como yo creo que deberías ser”, ¿cuál pensáis que sería el resultado?  Pues eso mismo es lo que nos hacemos cuando nuestros “deberías” surgen de la no aceptación.
Hay otra forma de vivir la búsqueda de la excelencia personal, porque al fin y al cabo los deberías, cuando no son materiales, son una búsqueda de excelencia personal, de ser mejores en aquellos aspectos que consideramos que podemos mejorar. Si partimos de la realidad de quien soy, y de cómo soy ahora, en este momento, si soy capaz de aceptarme y amarme ahora, no en ese hipotético futuro en el cual conseguiré determinadas metas, si me reconozco digno de amor y respecto, desde ese amor sí surgen determinados “deberías”, aunque ya no son “deberías” sino anhelos. El anhelo de una excelencia personal en el sentido de un deseo íntimo de ser mejor, ¿por qué? Porque del mismo modo que cuando amamos a alguien de verdad, no egoístamente ni posesivamente, deseamos lo mejor para él, de igual modo desde el amor incondicional por nosotros mismos nos deseamos lo mejor. Desde ahí surge esa verdadera autoestima (de la que he hablado en una anterior entrada del blog), y desde ahí sí que surge un sano impulso de excelencia, de búsqueda de mejorar, de mostrar, de expresar, de hacer. Desde el amor, desde una elevada autoestima, sí que me parecen correctos, y loables, y necesarios, los sobreesfuerzos, los “deberías” que buscan ser mejor, porque eso también es aceptación de lo que es. Estoy íntimamente convencida de que lo que somos es muy grande, limitarnos es también una forma de no aceptar la nuestra realidad.
¿De dónde surgen mis “deberías”?, ¿del miedo, de la frustración, de la no aceptación, incluso del odio hacia mí mismo, o del Amor, por mi Ser y, por ende, por todos los Seres?


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