martes, 2 de diciembre de 2014

LA ESTRELLA DE LOS ANIMALES DOMÉSTICOS: UN DESPERTAR EN BUENA COMPAÑÍA




Hoy me he despertado inmovilizada por mis dos mascotas, por mi perra pegada a mi costado derecho, y por mi gata pegada a mi costado izquierdo. En esos escasos segundos o minutos que dura esa especie de limbo en el que se encuentra nuestra mente en el momento del despertar del sueño, en el que está entre aquí y allá, uno a veces puede tener reflexiones extrañas, curiosas, poco racionales, libres, creativas... Supongo que todos podríamos contar vivencias al respecto. Yo me he sentido muy bien, a gusto, y ahora me doy cuenta de que se me ha escapado parte de lo que ha pasado por mi mente en ese momento, como sucede con los sueños. Su materia es tan sutil que pronto se deshacen hasta quedar flotando en nuestro recuerdo a modo de retazos de deshilachadas nubes.  



Cuando me he despertado y he notado su calor y su contacto he pensado en la relación tan especial que puede existir entre los hombres y los animales domesticados. En mi caso al menos yo los veo, y los siento, como que se dejan enteramente en tus manos sin ningún miedo, sin ninguna aprensión. Que eres el centro de su mundo. Les es indiferente si eres feo o guapo, joven o viejo, alto o bajo, rico o pobre. Perdón, eso es un error. No se trata exactamente de indiferencia, simplemente tales distinciones no existen. No tienen mente dual, como nosotros. Es como que ellos ven nuestra alma, nuestro Ser, y las sutilezas de nuestra personalidad encarnada son sólo eso, sutilezas de una personalidad encarnada.

¿Existe alguna relación parecida entres dos especies? Es la pregunta que acude en ese momento a mi mente, y se abre paso a través de ella una idea que me “despierta” y me deja pensando: “quizás la tantas veces nombrada relación entre dioses y hombres sea algo parecido. Ese sentimiento de dejarse enteramente en manos de... (dioses, Dios, Vida, Tao) sin ningún miedo ni aprensión. Sentir que sí eres importante, querido, cuidado, protegido.” “Ya -me digo a mí misma- pero en el caso que así fuera hay una diferencia fundamental, mi perro y mi gato pueden verme, tocarme. Estoy ahí realmente.” Y de esta idea me surge otra, y es que quizás sea un problema de percepción, de visión. No de que estén o no estén a nuestro alcance, sino de nuestra capacidad de verlos, de percibirlos. Porque es cierto que muchos hombres y mujeres no ven ni sienten nada que no sea tangible, material, perteneciente al rostro invisible de lo visible. Otros muchos no lo ven, pero si que lo perciben de alguna manera. Pero, ¿y las vivencias que nos han legado tantos y tantos místicos que en el mundo han sido? Un San Francisco de Asís, una Teresa de Avila, un Buda, un Lao Tse, etc. Leyéndoles te das cuenta que su relación con lo invisible fue tan intensa que en ellos la vivencia de lo sagrado no era una cuestión de fe, de intuición, sino de certeza absoluta.

Quizás con los dioses pase lo mismo que con los hombres: hay quienes cuidan mejor de sus mascotas y quienes lo hacen peor. Quizás los dioses también estén en evolución, a su manera. Una manera que nos es del todo inconcebible. Quizás lo que nos pase a los hombres es que no tenemos la capacidad de aceptación que tienen los animales. Nuestros animales aceptan plenamente que tengamos un mal día, que nos olvidemos de darles su ración de pienso a la hora y se la demos más tarde, que les prohibamos hacer determinadas cosas aunque no acepten a comprender el por qué, etc. No nos critican por ello, ni nos odian, ni nos dejan, ni nos insultan. Nos aman igualmente. Creo que tengo mucho que aprender de su aceptación, de su capacidad de disfrutar del momento, de su autenticidad, de su falta de doblez, de su capacidad de verte y de amarte sin reservas, sin velos. Te aman a ti, no a tu aspecto ni a tu cuenta bancaria.


 Perdón por mi reflexión de hoy, no es algo muy racional, es tan sólo la sombra del eco que me ha dejado un rapto “límbico”, un vuelo mental por los mundos inmateriales a que nos llevan los sueños.




viernes, 14 de noviembre de 2014

LA BELLEZA





Hoy revisando mis apuntes de cuando estudié la asignatura de Estética en la Licenciatura de Filosofía me he encontrado con este texto, que traduce en humildes palabras el sentimiento intraducible que nos despierta lo bello. El autor se pregunta por el color de la belleza, a modo de metáfora sobre que tratar de encerrar la belleza en un forma (en un color) le roba su grandeza, su misterio, su Ser. Mucho se puede hablar sobre la belleza, mucho se ha hablado de ella, hoy me conformo con recordar estas palabras.


¿TIENE COLOR LA BELLEZA?



No lo sé, solo sé la que siento y me agrada, me hace vibrar, me da vida cuando oigo “Body and soul” una composición jazzistica de los años 30 del siglo pasado. Su compositor (Coleman Hawkins) es de cuerpo (body) negro y su alma (soul)… ¿de qué color es?
Cuando alguien me dice que nuestra blanca cultura es el zenit de la civilización, tiemblo… ¿Tiene color la cultura,… la expresión artística?
Solo sé que me emociono… ¿es eso belleza?
No sé si lo bello es razón o sentimiento, no sé si es una ciencia o solo una sensación, pero… Ella Fitzgerald me mata con su voz… ¿De qué color tiene Ella la voz?... solo sé que es bella.
Me siento perdido cuando me preguntan de qué color es la belleza… sino sé de qué color es mi alma.
Me siento perdido como el hombre romántico frente al abismo de sensaciones que me desbordan… ¿es eso belleza?
Y yo… ¿soy cuerpo o soy alma? Cuando entra la belleza en mí…



José Santa Ortega

viernes, 7 de noviembre de 2014

EROS Y PSIQUE. SIMBOLISMO


En la época arcaica griega (siglos VIII a VI a.C.) aparecen las llamadas religiones mistéricas, y con ellas la concepción del hombre (que se había visto empobrecida con la religión homérica) se va enriqueciendo y ampliando. Desde el momento en que se concibe la existencia de una chispa divina en el hombre, y que cultivar ésta es la clave de la inmortalidad, aparece Psique no como sombra o Eidolon, sino como la más hermosa de las doncellas, capaz de enamorar al mismísimo Eros. Pero, ¿quién es Eros? En la visión homérica se le tiene por hijo de Afrodita y de Hermes o de Ares, e incluso de Zeus, y representa el deseo sexual. Versiones más antiguas sostienen que Eros salió del huevo del mundo, que fue el primero de los dioses, pues sin él ninguno de los demás habría podido nacer. ¿Qué es aquello que existe antes que nada, que no tiene padre ni madre, y sin lo cual nada existiría? El Amor.
Veamos ahora qué puede ofrecernos este mito, o al menos qué es lo que me dice a mí. Psique, por sí misma, en su pureza e ingenuidad, es tan bella como la mismísima Afrodita. Tan bella que enamora al mismísimo Amor, a Eros. Eros desobedece por ella a su madre. A Prometeo le pasó algo muy parecido, estaba enamorado de los hombres y eso le hizo desobedecer a Zeus. ¿Cuál es el poder que tiene el alma humana capaz de enamorar así a los mismos dioses?
Es interesante fijarse en que no es Psique la que se cree tan bella como Afrodita, no es ella la que se ver como una diosa viviente. Ella sufre las consecuencias de ese error perceptivo, sufre las consecuencias de los hombres que confunden las cosas bellas con la Belleza. Eros la hace su esposa, pero Psique es muy joven e ingenua, él no puede mostrarse ante ella tal cual es. De ahí su imposición de no mirarle ni hacer preguntas. Nada de utilizar los sentidos externos, y nada de meter por medio la mente racional. Psique debe aprender a reconocer íntimamente la presencia invisible del Ser, del Yo profundo, que no es otra cosa que Eros. Y lo hace, por eso se va enamorando de su misterioso marido, de su misteriosa esencia.
Y ahí es cuando aparecen las hermanas mayores, que vienen a representar el ego, esa voz insidiosa que critica, que tiene dudas, que tiene envidia, que tiene miedo. Es lo que en meditación se conoce como la mente que cuenta historias. Las hermanas cogen un par de datos y con eso se montan toda una historia, es lo que hace constantemente nuestra mente: montarse historias que nos creemos, historias sobre nosotros mismos (que si soy tal, que si soy cual, que si soy así, que si soy asá), y sobre los demás (esté es así, esté me ha mirado mal, me trata mal, es un caradura, es…). Y Psique, en lugar de aferrarse a lo que sabe, a sus certezas más íntimas, se cree la historia y empieza a dudar. Pero la vivencia previa no ha sido en vano, ha conocido lo que es estar conectada con su Ser, con lo más auténtico que hay en ella (lo que en India se llamaría Ananda, el éxtasis del Ser) y eso no lo puede olvidar. Queda el recuerdo, queda lo que Platón llamaría Reminiscencia del paraíso perdido, queda el fuego que el Amor ha despertado en ella. Incluso esta “preñada” del Amor, llegados a este punto no hay vuelta atrás. Antes de comenzar la búsqueda consciente del Amor, antes de comenzar las verdaderas pruebas, ha sido necesario un tiempo de vivencia íntima, silenciosa, con lo invisible. Sin ese periodo, todo lo que viene después es imposible. Es la primera fase de su iniciación.
Y si el alma humana quiere reconquistar a Eros, y unirse a él de una forma definitiva, en presencia de los dioses, ahora debe hacerlo por propio esfuerzo.
La primera prueba es la de separar, de un montón de siete tipos de semillas mezcladas, las unas de las otras. Aquí se conquista el discernimiento. El discernimiento va más allá de la mera inteligencia, y por eso se necesita de ayuda divina.
En la segunda prueba, la de recoger los vellones dorados, puede estar hablando de que los dones de la vida no se pueden obtener por la fuerza, que hay que saber esperar a que las cosas maduren, a que llegue el momento oportuno, y la vida te entregará todos sus tesoros. Para hacer esto se necesita haber conquistado previamente el discernimiento, que es esa voz que le aconseja sobre la mejor forma de hacer las cosas. Es la voz de la sabiduría.
En la tercera prueba debe llenar una copa de frágil cristal en las aguas del rio que atraviesa el Hades. Es el río de la muerte, y de la vida. Este rio es un recordatorio de que vida y muerte son una misma cosa, un río circular, un mismo río que en ciertos momentos corre por valles y montañas, y en otros momentos se hunde en las profundidades del averno. ¿Qué aprende aquí Psique? Esta es la parte que más me cuesta ver. Quizás esa frágil copa de cristal que contiene una cantidad determinada del agua de la vida represente nuestro frágil cuerpo, y Psique puede ver que aunque la copa pueda romperse en determinado momento el agua no se destruye, retorna al río del que es originaria.
Y en su última prueba, como no, debe enfrentarse a la muerte y conquistar la inmortalidad consciente. Perséfone le entrega una cajita donde se halla el secreto de su belleza. ¿Qué secreto puede ser ese? Siendo reina del Inframundo sus secretos deben estar relacionados con él, con lo que sucede cuando la “Vida” se sumerge en las profundidades de lo invisible, cuando ha dejado de existir la copa de cristal. Pienso que se trata del conocimiento de nuestra esencia divina, la toma de plena consciencia de que somos de belleza perfecta.
Por último, cuando la duda y la desconfianza despiertan en Psique la curiosidad por ver a su esposo, esa es una curiosidad negativa fruto del miedo. Es una curiosidad nacida de la ignorancia. Ahora es un caso distinto. No abre la caja por miedo, abre la caja por sed de saber. Quiere el conocimiento de los misterios de la vida y la muerte, quiere el conocimiento del Ser (que es lo que permanece más allá de la vida y la muerte), quiere conquistar aquello que vislumbró brevemente mientras estuvo con Eros. Cuando adquiere ese conocimiento sobreviene la muerte iniciática, tras la cual despierta y es llevada ante los dioses para su boda definitiva con Eros.

¿Por qué Psique conquista sus alas, pero están son alas de mariposa? Porque Psique representa al alma humana. Los griegos hablaban de nous, psique y soma. Cuerpo, alma y espíritu. El alma tiene una naturaleza dual, puede mirar hacia el cielo y fundirse con Eros (el Ser, el Espíritu), o puede mirar hacia la tierra y dejarse llevar por sus hermanas y demás parientes. Cuando mira hacia Eros conquista sus alas de mariposa, que son hermosas pero frágiles, al igual que Psique. A partir de la llegada de las religiones mistéricas, y de la evolución de la visión de Psique, los griegos creían que cuando moría una persona y exhalaba su último aliento, el alma abandonaba el cuerpo volando en forma de mariposa.





lunes, 20 de octubre de 2014

LA ESTRELLA DE LA MITOLOGÍA: EROS Y PSIQUE


Hoy os traigo un de mis mitos favoritos, la historia de Eros y Psique. Hace ya muchos años que este mito me fascina, y cada vez que lo recuerdo me inspira más y más ideas, sentimientos, sensaciones... Es difícil de explicar, pero es lo que me pasa con los mitos en general, para mí su sabiduría es inagotable. Para no hacer una entrada demasiado larga hoy pongo aquí sólo la historia, un poco abreviada por mí y, en próximas entradas, iré poniendo lo que a mí me dice este mito. Estoy abierta a que compartáis lo que queráis acerca del mito, toda aportación resultará enriquecedora.

EL MITO DE EROS Y PSIQUE


En una ciudad de Grecia había un rey y una reina que tenían tres hijas. Las dos primeras eran hermosas, pero para ensalzar la belleza de la tercera, llamada Psique, no es posible hallar palabras en el lenguaje humano. Toda la población de Grecia y alrededores empezó a visitar el palacio de Psique para adorarla, mientras que los templos de Afrodita quedaron vacíos. Afrodita decidió que la joven Psique tenía mucho que aprender, por lo que hizo llamar a su hijo Eros y le hizo el siguiente encargo: “Haz que Psique se inflame de amor por el más horrendo de los monstruos, o por el más infame de los hombres” y, dicho esto, se sumergió en el mar con su cortejo de nereidas y delfines.
Psique conocía ya el precio amargo de su hermosura. La gente la trataba como a una diosa, y nadie era lo bastante osado para amarla de verdad. Sus hermanas mayores se habían casado ya, pero nadie se había atrevido a pedir su mano: al fin y al cabo, la admiración es vecina del temor… Sus padres consultaron entonces al oráculo: “A lo más alto del monte la llevarás, donde la desposará un ser ante el que tiembla el mismo Zeus”. El corazón de los reyes se heló, y donde antes hubo loas, todo fueron lágrimas por la suerte fatal de la bella Psique. Ella, sin embargo, avanzó decidida al encuentro de la desdicha.
Sobre un lecho de roca quedó Psique, en lo alto del monte, mientras el fúnebre cortejo nupcial se retiraba. Al poco se levantó una brisa suave que meció sus vestiduras y la elevó en el aire, y la depositó suavemente en una pradera cuajada de flores. Más allá se veía un palacio. Entró en él y quedó asombrada por la belleza del edificio y sus estancias; su asombro creció cuando unas voces angélicas la invitaron a comer de espléndidos platos y a acostarse en un lecho. Cayó entonces la noche, y en la oscuridad sintió Psique un rumor. Pronto supo que su secreto marido se había deslizado junto a ella. No podía verle en la oscuridad, sólo sentirle. Él se marchó antes del amanecer, y todas las noches regresaba para volver a ausentarse antes del alba. Psique empezaba a enamorarse de alguien a quien nunca había visto.
Él le puso, para ser su esposa y vivir en aquel maravilloso palacio, dos condiciones: la primera era no mirarle nunca a la cara, la segunda era no preguntar. En una ocasión su desconocido marido le advirtió que sus hermanas estaban a punto de ascender la montaña para buscarla. Le suplicó que no les prestara atención, pero cuando Psique las oyó llamándola y llorando, no puedo contenerse y pidió al viento que las llevara a su palacio. Cuando las hermanas vieron las joyas, las ricas vestimentas y todos los tesoros del palacio de Psique, tuvieron celos: “¿qué aspecto tiene tu esposo?”, le preguntaron con insistencia, y finalmente Psique tuvo que admitir que nunca lo había visto. “Es un monstruo –le dijeron-, por eso no tiene valor para mostrarse ante ti. Ahora estás embarazada y todo el mundo sabe que el manjar predilecto de los monstruos son las mujeres en cinta. Tienes que matarle antes de que él os mate a los dos; utiliza una lámpara para verle, ¡y cortarle la cabeza con un cuchillo!”
La ingenua Psique creyó todo lo que le dijeron sus hermanas. Encontró una lámpara y un cuchillo, y los escondió junto a la cama. Aquella noche, cuando su esposo se quedó dormido, encendió la lámpara y la acercó despacio al rostro de su amor dormido. Era… el propio dios Eros, joven y esplendoroso: unos mechones dorados acariciaban sus mejillas, en el suelo yacía el carcaj con sus flechas.
Cuando Psique se inclinó a besar a su esposo una gota de aceite hirviendo cayó de la lámpara que sujetaba con temblorosas manos. El dios despertó sobresaltado y, al ver traicionada su confianza, se alejó mudo y pesaroso. En la distancia se volvió y dijo a Psique: “Llora, sí. Yo desobedecí a mi madre desposándote. Te amo… Que te amo, tú lo sabes. Ahora el castigo a tu traición será perderme”. Y dicho esto se fue.
Psique se sentía tan desdichada que intentó ahogarse en un río, pero éste la reconoció como esposa de Eros y no le permitió morir. Finalmente Psique acudió a un templo de Afrodita a implorar su ayuda. Afrodita resulta ser una diosa muy dura cuando se ponen a prueba los dones del amor, e impuso a Psique cuatro pruebas para ser merecedora de unirse a Eros.
La primera prueba es una prueba clásica, que aparece en un cuento iniciático como es La Cenicienta: Afrodita le presenta un enorme cesto lleno de granos y semillas de maíz, cebada, mijo, girasol, chícharo, lenteja y frijoles, todo mezclado, y le dice: “Demuestra tu capacidad. Clasifica las semillas, aparta los granos según su especie y fíjate que la tarea esté finalizada antes del anochecer.” Para esta tarea tiene la ayuda de todo un ejército de hormigas, que al igual que el río, la reconocen como la amada de Eros.
En la segunda prueba Afrodita le dice a Psique que tiene que ir a un lugar situado al otro lado del río y traer vellones de lana dorada de los carneros del Sol que allí pacen. El viento en una caña quebrada, a manera de flauta, le dice que no debe hacerlo trasquilándolas, pues son carneros furiosos al mediodía y la darían muerte. Debe esperar al atardecer, que los carneros al rozarse con las ramas del bosque dejarán en él sus hebras de lana dorada.
En la tercera prueba, Afrodita envía a Psique a que llene una copa de cristal en uno de los ríos del Hades, aquel que se precipita por un majestuoso torrente desde una elevada montaña y luego desaparece bajo la tierra para regresar interiormente a la cima de la montaña en una corriente circular, que tiene por extremos las más elevadas cumbres y los más profundos avernos. Este extraño río se encuentra vigilado por terribles y peligrosos monstruos y no existe ningún lugar, cerca del torrente, en el que Psique pueda detenerse para llenar la copa. En esta ocasión es el mismo Zeus quien decide ayudarla, tomando partido por Eros, y le manda a su águila. El espléndido animal vuela hasta una Psique abatida por la desgracia y le pide que le de la copa de cristal. Con ella entre las garras, el águila vuela hasta el centro del torrente, inclina la copa hacia las peligrosas aguas y la llena, devolviéndosela luego a Psique, con lo que ésta logra finalizar con éxito la insuperable prueba.
En la cuarta prueba Psique debe descender a los infiernos, el reino de lo invisible, el reino de Hades. Afrodita le ordena visitar a Perséfone paea pedir para Afrodita el secreto de su belleza. Psique subió a una alta torre, decidiendo que el camino más corto al inframundo sería la muerte. Una voz la detuvo en el último momento y le indicó una ruta que le permitiría entrar y regresar con vida, además de decirle cómo pasar al perro Cerbero, convencer a Caronte y los otros peligros de dicha ruta. Recibe de Perséfone un cofre donde se guarda el secreto de su belleza, un tesoro del reino de la muerte que cura todo dolor. En teoría ese cofre no era para Psique, sino que Psique debía entregárselo a Afrodita sin abrir. Pero la curiosidad -distintivo de Psique, la curiosidad es la que le hace perder a Eros- le vence y abre la tapa del cofre, cayendo en un letargo similar a la muerte del que es liberada gracias a un beso de su amado Eros.

Tras esto ambos, Eros y Psique, ascienden al Olimpo, la morada de los Dioses, y por orden de Zeus son desposados. Psique bebe “del vino de los Dioses” y se hace inmortal, «Toma, Psique, bebe esto y serás inmortal; Eros nunca se apartará de ti; estas bodas vuestras durarán para siempre.» Es la voz de Zeus que otorga el fuego de los Dioses a quien se ha conquistado a sí mismo. A partir de este momento Psique tiene también alas, al igual que Eros, si bien las suyas son alas de mariposa y no las emplumadas de Eros. 

sábado, 4 de octubre de 2014

LA ESTRELLA DE LA ÉTICA: EL VALOR DE TENER VALORES


Saludos a todos, tras un largo y cálido verano (título, por cierto, de una película que me gusta mucho, protagonizada por Paul Newman, Joanne Woodward y Orson Welles). En estos momentos ando preparando un curso sobre la importancia de los valores en el desarrollo personal, y eso me ha hecho rescatar un artículo que escribí sobre los valores hace unos meses, en el nº46 de la revista El mundo de Sophia Como por aquel entonces todavía no existía este blog, aprovecho la oportunidad para compartir dicho artículo. Espero que os guste.

EL VALOR DE TENER VALORES

Al igual que la filosofía en general, en nuestros tiempos, ha sido prácticamente relegada a los ámbitos académicos y poco más, una de sus más importantes disciplinas, la Ética, está todavía más olvidada. Varios siglos después de la Revolución Industrial nuestro sistema educativo, que se proyecta en todos los ámbitos de nuestra sociedad, sigue anclado en aquella cosmovisión; una cosmovisión que buscaba formar trabajadores y consumidores que desarrollasen y mantuviesen ese sistema. En un marco formativo de estas características no interesa que la filosofía salga de los ambientes universitarios y eruditos, dado que puede resultar sumamente peligroso que los ciudadanos cuestionen el sistema de valores en el que viven, su sentido teleológico. Interesa todavía menos que la Ética abandone su lugar de ideal irrealizable, tan utópica que ya nadie habla de ella más que en sus variantes desprovistas ya del corazón impulsor: ética médica, ética política, ética laboral, etc. Tales éticas, muchas veces, no son éticas en el verdadero sentido de la palabra, sino que son formas de limpiar imagen de cara a la sociedad.
Ya son muchas las personas, desde distintos ámbitos, que empiezan a hablar de la necesidad apremiante de educar en valores, para que los futuros líderes e integrantes de nuestra sociedad sean más respetuosos con la naturaleza, con los hombres y con el mundo en general. Como muestra de rebeldía social, y forma de despertar conciencias, podríamos decir que hoy día hay que tener el valor de tener valores, y para ello es necesario comprender íntimamente el valor de tener valores. Parece un juego de palabras, pero es una realidad. Los valores se fundamentan en algo, y ese algo es una ética. No hablo de ninguna moral concreta, sino de una forma de ser y de estar en el mundo. De ahí que la palabra ética provenga del vocablo êthos, que posee dos sentidos fundamentales. El primero viene a significar el suelo firme, el fundamento, del que brotan todos los actos humanos. El segundo, a partir de Aristóteles, significa “modo de ser”. Ambas acepciones son complementarias: el fundamento ético se plasma en un modo de ser, de actuar.
Decía el filósofo Inmanuel Kant que el hombre, como cuerpo, está sujeto a las leyes de la naturaleza, pero moralmente es libre. Esa libertad interior, entre otras cosas,  impide que el hombre pueda eludir la responsabilidad de sus actos y, por ende,  de su propia vida. También instaba Kant a que el hombre abandonase la minoría de edad, que implica que los demás te digan lo que tienes que hacer, decir y pensar.
“La pereza y la cobardía son las causas de que una gran parte de los hombres permanezca, gustosamente, en minoría de edad a lo largo de la vida (…); y por eso les ha resultado tan fácil a otros el erigirse en sus tutores”. (Respuesta a la pregunta: ¿qué es la ilustración?)
Cuando no se tienen valores propios, libremente reflexionados y aceptados, es fácil que otros se erijan en “tutores”. Creo que en el momento presente abandonar la minoría de edad es de gran urgencia, que el responsabilizarse de los propios actos y de sus consecuencias es de gran urgencia. Es más fácil permanecer en minoría de edad, que te digan lo que tienes que hacer y no pensar por uno mismo, y si el fruto de tus actos es dañino, no hacerte responsable porque has hecho lo que te dijeron que había que hacer, o lo que está socialmente aceptado. No obstante, en vista de la trayectoria de nuestro globalizado mundo, me temo que no nos podemos permitir ese lujo por más tiempo.
Ante la pesada losa de “está todo tan mal que es imposible cambiarlo, ¿qué puedo hacer yo?”, la tan manida respuesta, y no por ello menos real y contundente, de Gandhi: “sé el cambio que quieres ver en el mundo”. Si nos sacudimos todos  la pereza de empezar nosotros mismos a ser lo que internamente, moralmente, libremente, queremos ser el cambio está garantizado. Pero los cambios siempre dan miedo, el no saber qué pasará después. Lo bueno, por decirlo de alguna manera, de la crisis mundial que estamos viviendo es que nos pone en la tesitura de no temer qué pasará después, porque no puede ser peor de lo que está pasando en el momento presente. No hace falta hacer una gran revolución, poner tu vida patas arriba pues, como se suele decir, gota a gota se llena el vaso. Si nos sentimos capaces de una gota, y otra gota, y otra gota… ya estaremos cambiando cosas, aunque desde fuera sea imperceptible. Si nos sentimos capaces de más, pues más, no seamos tímidos. Esto que estoy diciendo aquí no es nada nuevo, si se repasa la vida y la obra de todos los grandes filósofos, y no filósofos, éticos de la historia, están diciendo esto mismo, con distintos lenguajes y en marcos históricos diferentes.
¿Cuál sería ese suelo firme que sustenta nuestros actos? Nuestro ideal de lo que es, o debiera llegar a ser, el hombre. Los valores reales de cada época (es decir, lo que realmente se hace, y no lo que se dice que debiera hacerse) se derivan de la idea de ‘Hombre’ vigente. Esto da mucho que pensar, pues cuanto más excelsa es la idea de lo que es el hombre, más elevada será la moral de esa sociedad. Si consideramos que nuestro mundo tiene una moral muy pobre, es que se sustenta en un ideal humano muy limitado. No vemos a los hombres como gigantes en potencia, sino como enanos llenos de defectos y contradicciones. Si el hombre está convencido de esto, será incapaz de ir más allá de esa “enanez”; incluso el ir más allá de esa pequeñez impuesta puede estar mal visto. Parece que nuestra sociedad premia el “ser normal”, llevar una vida “normal” (no ser “normal” parece sólo admisible en el cine o en las series televisivas), y se tiende a no reconocer ni fomentar la verdadera grandeza (que no es ganar una final de futbol o un Oscar de cine). De ahí, de nuevo, la idea implícita de que en nuestro momento histórico hay que tener el valor de tener valores.
Como fórmula ética general, sin un contenido moral concreto, de nuevo Inmanuel Kant nos legó una herramienta extraordinaria, que podríamos resumir así: obra de modo que puedas querer que lo que haces sea ley universal de la naturaleza, es decir, plantéate si te gustaría vivir en un mundo en el que todos hiciesen lo que tú pretendes hacer. Recientemente en las noticias salía a la luz un nuevo derrumbamiento de un edificio de Bangladesh donde se ubicaban varios talleres de confección para primeras marcas de ropa de occidente. Murieron más de cien personas, y es algo que sucede con cierta frecuencia debido a las casi inexistentes medidas de seguridad (eso sin entrar en los horarios abusivos, la falta de higiene y derechos del trabajador, etc.). ¿Nos gustaría vivir en un mundo en que todos los trabajadores, nosotros incluidos, realizasen su labor en esas condiciones? Si la respuesta es no, ¿por qué lo permitimos? Podríamos exigir a las grandes firmas de ropa que nos garantizasen que sus productos responden a unos mínimos estándares éticos, y la forma de conseguirlo sería no comprarles mientras no exista dicha garantía. El diseñador Juanjo Oliva, en una entrevista reciente, hablaba de la locura en que se ha convertido la moda a nivel consumo, y que no necesitamos tanto. Habría que exigir una mayor calidad, no sólo textil sino humana, y si eso implica que por el mismo dinero podremos comprar la mitad…, tengamos el valor de hacerlo.
En definitiva, se trata de trabajar el discernimiento entre lo que puede ser beneficioso y lo que puede llegar a ser perjudicial, y de hacerse libres para enfocar lo que hemos elegido como correcto. Se trata de “hacerse a uno mismo”, como decía Aristóteles, ir estableciendo una escala de valores propia y personal que oriente nuestros actos, pues sin guía actuamos conforme impulsos, modas, presiones sociales o lo que otros dicen que debemos hacer. Esto último lleva a muchas crisis personales, porque se termina perdiendo el sentido de lo que se hace, para qué se hace y por qué se hace. Descubrir, más tarde o más temprano, que lo que estamos haciendo no lo hemos decidido nosotros y, por lo tanto, nuestro ser no está en ello es siempre sumamente revelador e inspirador; pero también puede resultar terrorífico, depende de a que alturas de la vida nos pille el descubrimiento.
Seamos más jóvenes o más maduros, tengamos en nuestras manos la educación de nuestros hijos o la de los ajenos, aunque sea sólo por nuestro ejemplo de vida, plantemos la semilla de la lúcida reflexión y de la libertad interior; y cuidemos de todos esos tiernos brotes que se convertirán en altos ideales humanos: hombres y mujeres con mentes despiertas y creativas, convicciones sólidas y bien fundamentadas,  actos generosos y bondadosos, dignos medios de vida y que tengan al resto de los seres humanos, y por extensión el planeta en el que viven, como el bien más preciado.




viernes, 8 de agosto de 2014

LA ESTRELLA DE LA REFLEXIÓN: TRUE DETECTIVE


True Detective es una serie de televisión estadounidense estrenada en España en enero de este año. No escribo esta entrada para recomendar la serie, pues es una serie en la que tanto su ambientación como su argumento son bastante descarnados, opresivos, oscuros, etc., por lo que no gustará a todo el mundo. A mí sí me ha gustado, especialmente por la interpretación de  Matthew McConaughey (excepcional), por la brillantez e inteligencia de sus diálogos, y por un final que me ha parecido perfecto y esperanzador (en contraposición al tono general de la serie), de gran belleza. Justamente ese final es que me ha llevado a escribir esta entrada, y que nadie se preocupe, no desvelaré nada de la trama de la serie.
Al final de la primera (y por ahora única) temporada el detective al que da vida Matthew McConaughey reflexiona acerca de la eterna batalla entre el bien y el mal. Ha estado al borde de la muerte, tendido en la cama de un hospital, y noche tras noche mira las estrellas. Cuando era joven le gustaba inventarse historias sobre ellas, y ahora ha entendido que las estrellas cuentan una única historia, la más vieja: la de la luz contra la oscuridad. Su compañero, interpretado por Woody Harrelson, mira al cielo nocturno y dice “yo diría que la oscuridad tiene mucho más territorio”. McConaughey le dice que no lo ha entendido pues “tiempos atrás solo hubo oscuridad. Si me preguntas, la luz gana”.
No sé por qué se me ha quedado grabada en la mente esa escena, ese diálogo, esa reflexión. Imagino que porque sintetiza es una sola frase, breve y sencilla, algo que para mí es una verdad profunda, un enigma que narran todos los mitos cosmogónicos, de una forma u otra. En el mito romano de la creación, por ejemplo, se cuenta que antes de que existiera el cielo, la tierra y el mar sólo existía oscuridad, Caos. Ningún Titán iluminaba el mundo. En el mito escandinavo de la creación se narra que en el principio sólo existía un espacio vasto y vacío llamado Ginnuga. Tenía una longitud y anchura inconmensurable y su profundidad estaba más allá de toca comprensión. Allí por primera vez amaneció. En china se dice que Los cielos y la tierra eran solamente uno y todo era caos. El Universo era como un enorme huevo negro, que llevaba en su interior a P'an-Ku. Tras 18.000 años P’an-Ku se despertó de un largo sueño. Se sintió sofocado, por lo cual empuñó un hacha enorme y la empleó para abrir el huevo. La luz, la parte clara, ascendió y formó los cielos[1].
En el principio solo había oscuridad y caos, hasta que la luz hizo acto de presencia y, día a día, le va comiendo terreno a la oscuridad. Creo en esa historia. Los filósofos antiguos, como Sócrates, llamaban a la oscuridad “ignorancia”, y la única luz que podía hacerla desaparecer "Sabiduría". Se habla mucho del entramado de la Realidad, y de que ésta es Una, y múltiples las miradas sobre ella, tantas como seres humanos. Donde unos ven luz otros ven oscuridad, donde unos ven dificultades inabordables otros ven retos, donde unos ven maldad, egoísmo, error, tinieblas, otros ven almas en evolución. Creo que solo un paulatino despertar de la consciencia, de la profundidad de nuestra capacidad de ver y comprender, de aprender de los errores, nos puede llevar de la oscuridad a la luz.
Si alguna vez me asalta la duda (pues a veces las noticias que nos llegan  a través del periódico, televisión, etc., pueden hacernos dudar sobre la bondad humana), la reflexión final de True Detective es una consigna clara y rápida: la luz va ganando terreno a la oscuridad. El hombre partió de las tinieblas de la ignorancia propias de una humanidad niña que todavía no sabe, pero su destino es conquistar la sabiduría, ampliar la visión hasta que ningún velo oculte la luz de lo que Es. Estamos destinados a convertirnos en pura luz aunque a veces, cuando caemos en algún pozo oscuro, podemos creer que ésta no existe.




[1] http://www.monografias.com/trabajos15/mitos-cosmogonicos/mitos-cosmogonicos.shtml#MITOROMANO

viernes, 1 de agosto de 2014

LA ESTRELLA DE LA REFLEXIÓN: LOS “DEBERÍAS” QUE PUEBLAN NUESTRA VIDA. 2ª PARTE


Para empezar a indagar en el origen de nuestros “deberías” hay que plantearse ¿por qué creo que yo “debería” estar en un lugar distinto al que estoy? ¿Por qué creo que “debería” hacer cosas distintas a las que de hecho hago? Aunque podemos plantearnos las preguntas de un modo diferente: ¿Por qué pienso que “debería” hacer cosas que en realidad no quiero hacer?, ¿por qué me impongo una serie de deberes, de presiones, sobre mí mismo? La respuesta a esta pregunta me parece vital.
Con frecuencia he escuchado hablar, a distintos especialistas en desarrollo personal,  acerca de que “debemos” quitarnos de encima el yugo de los deberías; el yugo de un “yo ideal” que es una creación mental, y que encarna lo que pensamos que deberíamos ser. Esto se dice porque se trata de una imposición que nace de una no aceptación de nuestra realidad presente, de quien uno es aquí y ahora. Todo esto es real, es un mal muy extendido y que causa mucho sufrimiento. No obstante siempre que escuchaba hablar de este tema surgía algo en mí que no lo veía del todo claro, porque esta verdad puede manipularse y utilizarse como excusa para no hacer nada, para ser cómodo: me acepto como soy y no tengo porque exigirme nada. Lo típico, “bueno, soy así, qué le vamos a hacer”. Y no lo digo sólo desde una perspectiva moral, no, creo que en la vida todo está en movimiento y en evolución, y si uno no va poniendo en juego sus diferentes potencialidades esto acarreará también sufrimiento, seguro. Será un sufrimiento más sutil, más difícil de ver, y por ello mismo más dañino. Entonces, ¿dónde está el límite entre aceptar y conformarse?
Creo que también es una realidad que muchas cosas conllevan un esfuerzo, poner en funcionamiento nuestra fuerza de voluntad y nuestros recursos. Pero también es ésta una idea peligrosa. Hemos sido educados, consciente o inconscientemente, en la creencia cristiana de que vivimos en un valle de lágrimas y que hay que sufrir para conseguir las cosas: hay que sufrir para alcanzar la felicidad, el amor, la amistad… esforzarse muchísimo, que si no hay dolor y esfuerzo no se puede conseguir nada que valga la pena. ¿Dónde está la verdad, el equilibrio entre estas dos posiciones opuestas? Pienso que hay una clave muy importante, y está relacionada con la pregunta que hacia al principio, ¿cuál es el origen de mis deberías, de lo que creo que debería hacer? ¿El origen es que yo no acepto mi realidad presente, no acepto quien soy ahora mismo, en qué lugar del camino estoy, etc.? Es decir, no me acepto, no me quiero y por ello sueño con ser alguien distinto, sueño con un yo idealizado y pongo todos mis esfuerzos y anhelos en conseguir ese yo. Este anhelo de perfección, de mejoramiento, en realidad es una forma de huida de nosotros mismos, de la realidad de quienes somos. A efectos meramente prácticos hacer esto no resulta ser una forma de trabajo muy eficiente a largo plazo. Si partimos de la base de que no aceptamos nuestra realidad presente, es imposible fijarnos unos plazos ni unas metas muy realistas y factibles. Esto lleva a un “plus” de frustración y ansiedad, con lo cual podemos sentirnos paralizados, literalmente. En algunos casos la “vocecita” mental que nos recuerdas nuestros “deberías”, y que a la par que se va frustrando se vuelve más insistente, llega a ser tan insoportable que se buscan formas (inconscientes) de acallarla, sea pasando horas delante de la televisión o del ordenador para adormecer la consciencia, sea recurriendo al alcohol, las drogas, etc. A niveles más internos, más sutiles, más directamente relacionados con nuestro Ser, imaginad si a alguien cercano durante años, a diario, a todas horas, le dijerais “No te amo, no te acepto como eres, sino como yo creo que deberías ser”, ¿cuál pensáis que sería el resultado?  Pues eso mismo es lo que nos hacemos cuando nuestros “deberías” surgen de la no aceptación.
Hay otra forma de vivir la búsqueda de la excelencia personal, porque al fin y al cabo los deberías, cuando no son materiales, son una búsqueda de excelencia personal, de ser mejores en aquellos aspectos que consideramos que podemos mejorar. Si partimos de la realidad de quien soy, y de cómo soy ahora, en este momento, si soy capaz de aceptarme y amarme ahora, no en ese hipotético futuro en el cual conseguiré determinadas metas, si me reconozco digno de amor y respecto, desde ese amor sí surgen determinados “deberías”, aunque ya no son “deberías” sino anhelos. El anhelo de una excelencia personal en el sentido de un deseo íntimo de ser mejor, ¿por qué? Porque del mismo modo que cuando amamos a alguien de verdad, no egoístamente ni posesivamente, deseamos lo mejor para él, de igual modo desde el amor incondicional por nosotros mismos nos deseamos lo mejor. Desde ahí surge esa verdadera autoestima (de la que he hablado en una anterior entrada del blog), y desde ahí sí que surge un sano impulso de excelencia, de búsqueda de mejorar, de mostrar, de expresar, de hacer. Desde el amor, desde una elevada autoestima, sí que me parecen correctos, y loables, y necesarios, los sobreesfuerzos, los “deberías” que buscan ser mejor, porque eso también es aceptación de lo que es. Estoy íntimamente convencida de que lo que somos es muy grande, limitarnos es también una forma de no aceptar la nuestra realidad.
¿De dónde surgen mis “deberías”?, ¿del miedo, de la frustración, de la no aceptación, incluso del odio hacia mí mismo, o del Amor, por mi Ser y, por ende, por todos los Seres?


miércoles, 30 de julio de 2014

LA ESTRELLA DE LA REFLEXIÓN: LOS “DEBERÍAS” QUE PUEBLAN NUESTRA VIDA. 1ª PARTE


Hace unos días me vi en la situación, bastante común para el común de los mortales, de enfrentar algo que “debería” hacer, pero que en realidad no quiero hacer. Esta situación me llevó a reflexionar acerca de los “deberías” que pueblan nuestras vidas.  El tema de los “deberías” es un tema recurrente en las personas que acuden a la consulta de Asesoramiento Filosófico: yo “debería” hacer tal cosa, yo no “debería” pensar tal cosa, yo “debería” haber alcanzado ya tal otra cosa, etc. Este es un tema  del que se puede hablar largo y tendido, pero no es lo que quiero hacer hoy, ni creo que un blog sea el mejor modo de abordar en profundidad este tema. Sólo quiero compartir la reflexión personal que ha nacido a raíz de un aspecto de esos “deberías” que suelen acosarnos,: el origen o la motivación que los mueven.
Es evidente que algunos “deberías” tienen un origen claro. Si yo quiero sacarme un título universitario “debo” estudiar; si quiero perder peso “debo” o bien comer menos o bien andar más (o las dos cosas), etc. Todos aceptamos que para conseguir ciertas metas a veces tenemos que hacer cosas que no nos apetecen mucho, pero es una realidad que aceptamos sin problemas. Esos “deberías” no nos hacen daño, a no ser que nos hallamos impuesto unas metas poco realistas.
Pero hay otros “deberías” que sí pueden resultar dañinos, son aquellos derivados de vivir más en nuestro mundo mental que en la realidad del aquí y el ahora. Por ejemplo, yo puedo haberme creado la idea de que, a estas alturas de mi vida ya “debería” tener casa propia, o bien ganar más dinero, o bien estar casado y con hijos, o bien pasar parte del año viajando, etc. Cuando hago esto no estoy viendo/viviendo la realidad presente, y todo lo que ésta puede ofrecerme, porque estoy viviendo en una realidad mental que lo único que hace es producirme frustración, angustia, etc. No tiene nada de malo querer una situación de vida mejor, pero si esto causa sufrimiento lo estamos enfocando mal. Estos “deberías” son claramente dañinos, pero hay otros que pueden resultar todavía más destructivos.
Cuando los “deberías” no se refieren a aspectos materiales de la vida, como los de los últimos ejemplos, cuando los deberías están más relacionados con la excelencia personal, como por ejemplo que “yo debería ser más honesto, yo debería ser más sensato, más generoso, yo debería controlar más mis pensamientos, o mi carácter”, etc., aquí el peligro es mucho mayor porque nos adentramos en el terreno del Ser, de aquello que mira a través de nuestros ojos, aquello que sueña por las noches, que crea a través de nuestros pensamientos y reflexiones, aquello que permanece más allá de nuestros cambios físicos e, incluso, del cambio de nuestras ideas y creencias. Aquello a lo que llamamos Yo, Yo esencial, Yo profundo, Yo real.  El peligro es mucho mayor porque algunos “deberías” son, en realidad, un ataque a ese Yo esencial.

Continuará…

miércoles, 23 de julio de 2014

LA ESTRELLA DE LA LITERATURA: HYPERION, DE DAN SIMMONS

LA ESTRELLA DE LA LITERATURA: HYPERION DE DAN SIMMONS


La literatura es una de las grandes estrellas de mi vida, me ha acompañado desde que tengo memoria. Hablo de literatura (novela, poesía, teatro…), no de libros de ensayo (que también me gustan, pero son otra cosa). Creo sinceramente que la literatura es un alimento para el alma insustituible, por eso siempre me apena conocer gente que no ha despertado este amor. Al igual que me pasa con el cine (otro gran amor), procuro cambiar de género con asiduidad para no encasillarme y perderme cosas que pueden resultar interesantes, divertidas, curiosas, sorprendentes…, aunque confieso una especial predilección por las historias de ciencia ficción y de fantasía.
Recientemente cayó en mis manos una novela titulada Hyperion, y como lo curioseo todo le eché un vistazo y leí que había sido ganadora de los premios Hugo y Locus de 1990. Echemos mano de la Wikipedia, que dice que “Los Premios Hugo o Science Fiction Achievement Awards son una serie de importantes galardones otorgados a obras de ciencia ficción o en menor grado fantasía” y “Los Premios Locus son unos premios literarios que comenzaron a entregarse en 1971, siendo los ganadores elegidos por los lectores de la Revista Locus”. Esto, junto con el hecho de que hacía tiempo que no leía nada de Ciencia Ficción, me animó a leer la novela. Su autor en Dan Simmons, profesor de literatura y redacción, y un absoluto enamorado de la figura de John Keats, como muy bien se plasma en la novela.
La novela me ha gustado por diversos motivos: me ha parecido original e interesante, está bien escrita (algo que valoro mucho) y porque da que pensar. Y porque me ha entretenido mucho, que eso también lo valoro. Toda la historia de la novela se articula alrededor de una especie de deidad viva llamada Alcaudón, y de unos peregrinos que acuden a verle por distintos motivos. Los peregrinos no se conocen entre sí y eso da pie a que Dan Simmons realice un homenaje a Geoffrey Chaucer y sus Cuentos de Canterbury, haciendo que cada uno de los personajes cuente su historia a los demás.  
Una de las historias la cuenta Sol Weintraub, un profesor judío que viaja con su hija Rachel, un bebé de tan solo unos días. A raíz de que ella contrajese una extraña enfermedad él comenzó a tener un sueño en el que aparece el Alcaudón que le dice que para salvar a la humanidad debe tomar a su hija e ir al mundo llamado Hyperion para ofrendarla como víctima ardiente.
Esta situación le lleva a rememorar el llamado “dilema de Abraham”, con el que se inicia la historia de su pueblo y de su religión. Recordemos que Dios pide a Abraham, como muestra de obediencia, que sacrifique a su hijo predilecto. Sol  reflexiona acerca de la obediencia a un poder superior,  la situación evolutiva de la raza  humana, la libertad y el libre albedrío.
Sol quería saber cómo un sistema ético –y una indómita religión que había sobrevivido a todos los males a que le había sometido la humanidad- podía surgir de la orden divina de que un hombre matara a su hijo. No importaba que la orden se hubiera rescindido en el último momento. No importaba que la orden fuera una prueba de obediencia. De hecho, la idea de que la obediencia hubiera permitido a Abraham ser el padre de las tribus de Israel era precisamente lo que encolerizaba a Sol.
Al cabo de cincuenta y cinco años de dedicar su vida y trabajo a la historia de los sistema éticos, Sol Weintraub llegó a una firme conclusión: toda lealtad a una deidad, concepto o principio universal que hiciera prevalecer la obediencia por encima de la conducta decente hacia un ser humano inocente era perniciosa.”
El tema de la lealtad a una deidad, concepto o principio universal por encima de la conducta decente queda muy bien reflejado en situaciones como la que narra la película Hannah Arendt (2012): la filósofa asiste al juicio a Adolf Eichmann, el nazi que organizó el genocidio del pueblo judío durante la II Guerra Mundial. Arendt descubre que este oscuro individuo  no era más que un burócrata que “obedecía” órdenes, nada más, como si eso eximiera de toda responsabilidad moral.
“-La respuesta correcta para Abraham fue la obediencia –pensó Sol-. Éticamente, Abraham era un niño. Todos los hombres lo eran en esa época. La respuesta correcta para los hijos de Abraham era llegar a la edad adulta y ofrecerse ellos mismos. ¿Cuál es la respuesta correcta para nosotros?”
La reflexión final de Sol es que ha llegado la hora de dejar atrás la obediencia y los sacrificios, ha llegado la hora de que exista un trato de respeto e igualdad entre hombres y dioses. Es una idea bonita, pero viendo lo que todavía sucede en el mundo creo que estamos muy lejos de eso, aunque son muchas las tradiciones que nos hablan de que somos dioses, pero lo hemos olvidado, que se trata tan solo de recordar. En cuanto eso suceda no será necesario ninguna obediencia a un poder externo, porque habremos descubierto el Poder en nosotros mismos. Immanuel Kant también apuntaba hacia la misma intuición cuando instaba al hombre de su tiempo a asumir la mayoría de edad, a dejar de ser un niño que necesita de tutores que le digan qué debe hacer, qué debe pensar, etc.
La pregunta que esta historia me ha suscitado es: ¿Cuándo dejaremos de ser niños peligrosos y mal criados? ¿Cuándo asumiremos la responsabilidad por nosotros mismos de modo que llegue el día en que el “poder superior” sea la propia claridad interna, nuestro Yo profundo? A ese poder sí le debemos obediencia, y mientras trabajamos consciente y activamente en que ese poder despierte es signo de madurez y sabiduría, creo yo, saber elegir buenos “tutores” o, mejor dicho,  guías en la vida.





miércoles, 9 de julio de 2014

LA ESTRELLA DE LA VERDADERA AUTOESTIMA



Esta entrada se la dedico a una amiga que recientemente me preguntaba acerca de cómo trabajar la autoestima. Para hablar de autoestima hay que partir de indagar qué entiende uno por autoestima y que entienda la otra persona, porque muchos malos entendidos surgen del hecho de que no estamos hablando de lo mismo, aunque lo estemos etiquetando con el mismo nombre.
Recientemente, en un curso de desarrollo personal y Mindfulness que realicé en la Universidad de Almería, surgió este tema y el profesor nos puso un pequeño video de Eckhart Tolle (11 minutos) en el que se le pregunta por este tema. Antes de seguir hablando de este tema os recomiendo verlo.
La autoestima se suele definir como valoración positiva de uno mismo, la cuestión sería ¿a qué uno mismo me refiero?, ¿a mi ego, cuerpo, habilidades, inteligencia, etc., o a algo más profundo y trascendente, que no se centra tanto en una determinada autoimagen?
Al hilo de la anterior entrada del Blog, no es lo mismo la autoestima derivada de saberse Brahman expresándose a través de una forma, a la autoestima derivada de estar absolutamente identificado con tu forma como si ésta fuese lo único que hay, lo único a lo que uno puede aferrarse. La primera autoestima, la verdadera autoestima, es incondicional, plena, y no deriva de ninguna comparación con “los otros”. La segunda autoestima es relativa, ilusoria y efímera, está condicionada a…, y más tarde o más temprano algo o alguien hará que se tambalee. No es una forma agradable de vivir, ¿no os parece?

Como muy bien dice Tolle es preferible tener una autoestima alta a vivir en una baja autoestima, pero esto tiene mucho de infantil, de superficial. Ha de llegar el momento en que vayamos más allá, en que nuestra mirada se haga más abierta y más profunda. Si la percepción positiva de nosotros mismos se asienta sobre profundas raíces, sobre lo que es real, sobre aquello en nosotros que permanece inmutable a través de los tiempos, las modas, o los cambios de opinión y de gustos; entonces surgirá la verdadera autoestima porque nos amaremos a nosotros mismos en profundidad, y porque nuestro amor abarcará naturalmente “al otro”. 

sábado, 5 de julio de 2014

LA ESTRELLA DE LA MITOLOGÍA: EL CAMPO DE JUEGOS DE BRAHMAN


El mito del campo de juegos de Brahman es un relato hindú que me parece fascinante, pues muestra algo que es muy difícil de explicar de forma racional: la naturaleza del mundo que habitamos, y nuestro papel en él.
El mito dice más o menos así…
… Antes de que el reloj de tiempo comenzará su devenir Brahman (divinidad absoluta del hinduismo) era, pero no tenía lugar donde estar dado que carecía de sustancia material. Brahmán se sentía solo y deseó un igual, y de su voluntad creativa surgió Maya, como espacio y tiempo. Maya no era exactamente su igual, sino el medio por el que Brahman podía experimentar el  tener un igual. No puede haber otro Brahman, pues Brahman los es Todo. Maya representa la única forma en que Brahman podía tener la “ilusión” de un igual.
Maya le dice a Brahman que le hará un campo de juegos para que pueda experimentar lo que es tener un igual, y que para ello necesita que le otorgue su atención perfecta y total, su atención de Dios omnipotente. Que una vez la tenga la dividirá en algo llamados seres, en millones de ellos, para que él, Brahman, pueda expresarse en millones de formas. Mediante su campo de juegos podrá experimentar la compañía, y todas las sensaciones agradables y desagradables que vienen con ella y se derivan de su ausencia. Pero, advierte Maya, para que eso sea posible tiene que olvidar que es Brahman, tienes que olvidar que él lo es Todo, que no hay nada más allá de sí mismo. En definitiva, tiene que olvidar que está en un campo de juegos.
Brahman acepta las reglas de Maya, aunque advierte que dentro del campo de juego que ha creado (universo, tiempo y espacio), tarde o temprano recordará quien es... el engaño no podrá durar mucho.
Y así se inició el mundo que captamos con nuestros sentidos. Así se originó el tiempo y el espacio. Los que están recordando que son Brahman disfrutan de juego, les haya tocado el personaje que les haya tocado en él. Los que viven todavía en el olvido del Ser, en el olvido de quién son,  sufren el juego porque lo toman por la realidad.
En este mito hinduista tenemos las claves básicas para comprender el no-dualismo de una filosofía como la del Vedanta Advaita, por ejemplo. El mundo que vemos, que percibimos, que experimentamos, es el campo de juegos de Brahman, es Maya, pero no Maya en el sentido de un mundo falso, ilusorio, sino en el sentido de “apariencia”, de rostro visible, de Brahman. Maya sólo es velo cuando posamos sobre ella una mirada superficial, cuando la confundimos con la Realidad, cuando creemos que ella es lo único que existe. Entonces Maya se convierte en velo de Brahman, de lo Real. Lo único que cambia es la mirada.
Si algo he descubierto con los años y la experiencia es que todo en este mundo es una cuestión de mirada. Hay un punto en el mito que me parece crucial porque suele obviarse. Brahman le otorga a Maya su atención perfecta y total, su atención omnipotente. Eso significa, a mi modo de ver, que a través del mundo de las formas se puede llegar a la Verdad, a la Realidad (la materia no es un obstáculo), simplemente no hay que confundir la multiplicidad que captamos mediante los sentidos con diferencia esencial, con separatividad. Creo que somos Uno en esencia y únicos en nuestra forma de manifestarnos, de expresarnos. Todos somos Brahman: personas, animales, vegetales, minerales. En ocasiones estamos en pleno juego, y en ocasiones estamos fuera del juego (muertos), podemos jugar más dormidos o más despiertos, pero nunca dejamos de Ser. A cada cual la vida reparte unas cartas, y con ellas tenemos que jugar. De nada sirve andar mirando las cartas de los otros, ni soñar con cómo sería si tuviésemos otras cartas, ni sentarnos en una esquina a lamentarnos por nuestras cartas. Lo único que podemos hacer es jugar, y ya que tenemos que jugar, juguemos con altura. Convirtámonos en maestros del juego, recordemos quien somos y pongamos “en juego” al máximo todas nuestras potencialidades. ¿Qué pensáis?






miércoles, 2 de julio de 2014

Mil estrellas en el camino

La vida de una persona, si el destino no la trunca prematuramente, es una sucesión de pequeñas vidas hiladas. La propia vida que se teje en virtud de multitud de "yoes" que van evolucionando y cambiando, naciendo y muriendo; y la vida ajena que, nos guste o no, nos acompaña y nos condiciona.

En la experiencia vital de cada ser humano hay luces y sombras, momentos plenos y periodos en los que parece que hemos estado ausentes de nuestra propia biografía, que hemos funcionado en modo "piloto automático" y en los que sentimos como si "otro" hubiese tomado las riendas de nuestra vida. A veces resulta cómodo funcionar así, pero a la larga es dañino, incluso destructivo.

Cuando en nuestras vidas llega el momento en que nos damos cuentas de esta situación, y sentimos la necesidad real de cambiar de rumbo, de tomar las riendas, es cuando se nos hace imprescindible reconocer las mil estrellas que hay, y ha habido, en el camino.

El filósofo estoico, y emperador romano, Marco Aurelio inicia sus Pensamientos agradeciendo a las distintas personas que le han aportado algo a la vida. No se ciñe sólo a las "buenas" personas, sino también a los enemigos que le han hecho crecer y aprender. Siempre me pareció un detalle precioso, algo digno de un alma grande y humilde al mismo tiempo. En esas líneas deja para la posteridad algunas de las estrellas en su camino. Y los Pensamientos de Marco Aurelio son la inspiración para esta blog que aquí y ahora inicio, es una de las estrellas en mi camino.

Es un blog para agradecer y para reflexionar, a la vida y sobre la vida, a conocidos y desconocidos, a maestros de ahora y de siempre, a músicos, cineastas, literatos... ¡es tan larga la lista!