viernes, 8 de agosto de 2014

LA ESTRELLA DE LA REFLEXIÓN: TRUE DETECTIVE


True Detective es una serie de televisión estadounidense estrenada en España en enero de este año. No escribo esta entrada para recomendar la serie, pues es una serie en la que tanto su ambientación como su argumento son bastante descarnados, opresivos, oscuros, etc., por lo que no gustará a todo el mundo. A mí sí me ha gustado, especialmente por la interpretación de  Matthew McConaughey (excepcional), por la brillantez e inteligencia de sus diálogos, y por un final que me ha parecido perfecto y esperanzador (en contraposición al tono general de la serie), de gran belleza. Justamente ese final es que me ha llevado a escribir esta entrada, y que nadie se preocupe, no desvelaré nada de la trama de la serie.
Al final de la primera (y por ahora única) temporada el detective al que da vida Matthew McConaughey reflexiona acerca de la eterna batalla entre el bien y el mal. Ha estado al borde de la muerte, tendido en la cama de un hospital, y noche tras noche mira las estrellas. Cuando era joven le gustaba inventarse historias sobre ellas, y ahora ha entendido que las estrellas cuentan una única historia, la más vieja: la de la luz contra la oscuridad. Su compañero, interpretado por Woody Harrelson, mira al cielo nocturno y dice “yo diría que la oscuridad tiene mucho más territorio”. McConaughey le dice que no lo ha entendido pues “tiempos atrás solo hubo oscuridad. Si me preguntas, la luz gana”.
No sé por qué se me ha quedado grabada en la mente esa escena, ese diálogo, esa reflexión. Imagino que porque sintetiza es una sola frase, breve y sencilla, algo que para mí es una verdad profunda, un enigma que narran todos los mitos cosmogónicos, de una forma u otra. En el mito romano de la creación, por ejemplo, se cuenta que antes de que existiera el cielo, la tierra y el mar sólo existía oscuridad, Caos. Ningún Titán iluminaba el mundo. En el mito escandinavo de la creación se narra que en el principio sólo existía un espacio vasto y vacío llamado Ginnuga. Tenía una longitud y anchura inconmensurable y su profundidad estaba más allá de toca comprensión. Allí por primera vez amaneció. En china se dice que Los cielos y la tierra eran solamente uno y todo era caos. El Universo era como un enorme huevo negro, que llevaba en su interior a P'an-Ku. Tras 18.000 años P’an-Ku se despertó de un largo sueño. Se sintió sofocado, por lo cual empuñó un hacha enorme y la empleó para abrir el huevo. La luz, la parte clara, ascendió y formó los cielos[1].
En el principio solo había oscuridad y caos, hasta que la luz hizo acto de presencia y, día a día, le va comiendo terreno a la oscuridad. Creo en esa historia. Los filósofos antiguos, como Sócrates, llamaban a la oscuridad “ignorancia”, y la única luz que podía hacerla desaparecer "Sabiduría". Se habla mucho del entramado de la Realidad, y de que ésta es Una, y múltiples las miradas sobre ella, tantas como seres humanos. Donde unos ven luz otros ven oscuridad, donde unos ven dificultades inabordables otros ven retos, donde unos ven maldad, egoísmo, error, tinieblas, otros ven almas en evolución. Creo que solo un paulatino despertar de la consciencia, de la profundidad de nuestra capacidad de ver y comprender, de aprender de los errores, nos puede llevar de la oscuridad a la luz.
Si alguna vez me asalta la duda (pues a veces las noticias que nos llegan  a través del periódico, televisión, etc., pueden hacernos dudar sobre la bondad humana), la reflexión final de True Detective es una consigna clara y rápida: la luz va ganando terreno a la oscuridad. El hombre partió de las tinieblas de la ignorancia propias de una humanidad niña que todavía no sabe, pero su destino es conquistar la sabiduría, ampliar la visión hasta que ningún velo oculte la luz de lo que Es. Estamos destinados a convertirnos en pura luz aunque a veces, cuando caemos en algún pozo oscuro, podemos creer que ésta no existe.




[1] http://www.monografias.com/trabajos15/mitos-cosmogonicos/mitos-cosmogonicos.shtml#MITOROMANO

viernes, 1 de agosto de 2014

LA ESTRELLA DE LA REFLEXIÓN: LOS “DEBERÍAS” QUE PUEBLAN NUESTRA VIDA. 2ª PARTE


Para empezar a indagar en el origen de nuestros “deberías” hay que plantearse ¿por qué creo que yo “debería” estar en un lugar distinto al que estoy? ¿Por qué creo que “debería” hacer cosas distintas a las que de hecho hago? Aunque podemos plantearnos las preguntas de un modo diferente: ¿Por qué pienso que “debería” hacer cosas que en realidad no quiero hacer?, ¿por qué me impongo una serie de deberes, de presiones, sobre mí mismo? La respuesta a esta pregunta me parece vital.
Con frecuencia he escuchado hablar, a distintos especialistas en desarrollo personal,  acerca de que “debemos” quitarnos de encima el yugo de los deberías; el yugo de un “yo ideal” que es una creación mental, y que encarna lo que pensamos que deberíamos ser. Esto se dice porque se trata de una imposición que nace de una no aceptación de nuestra realidad presente, de quien uno es aquí y ahora. Todo esto es real, es un mal muy extendido y que causa mucho sufrimiento. No obstante siempre que escuchaba hablar de este tema surgía algo en mí que no lo veía del todo claro, porque esta verdad puede manipularse y utilizarse como excusa para no hacer nada, para ser cómodo: me acepto como soy y no tengo porque exigirme nada. Lo típico, “bueno, soy así, qué le vamos a hacer”. Y no lo digo sólo desde una perspectiva moral, no, creo que en la vida todo está en movimiento y en evolución, y si uno no va poniendo en juego sus diferentes potencialidades esto acarreará también sufrimiento, seguro. Será un sufrimiento más sutil, más difícil de ver, y por ello mismo más dañino. Entonces, ¿dónde está el límite entre aceptar y conformarse?
Creo que también es una realidad que muchas cosas conllevan un esfuerzo, poner en funcionamiento nuestra fuerza de voluntad y nuestros recursos. Pero también es ésta una idea peligrosa. Hemos sido educados, consciente o inconscientemente, en la creencia cristiana de que vivimos en un valle de lágrimas y que hay que sufrir para conseguir las cosas: hay que sufrir para alcanzar la felicidad, el amor, la amistad… esforzarse muchísimo, que si no hay dolor y esfuerzo no se puede conseguir nada que valga la pena. ¿Dónde está la verdad, el equilibrio entre estas dos posiciones opuestas? Pienso que hay una clave muy importante, y está relacionada con la pregunta que hacia al principio, ¿cuál es el origen de mis deberías, de lo que creo que debería hacer? ¿El origen es que yo no acepto mi realidad presente, no acepto quien soy ahora mismo, en qué lugar del camino estoy, etc.? Es decir, no me acepto, no me quiero y por ello sueño con ser alguien distinto, sueño con un yo idealizado y pongo todos mis esfuerzos y anhelos en conseguir ese yo. Este anhelo de perfección, de mejoramiento, en realidad es una forma de huida de nosotros mismos, de la realidad de quienes somos. A efectos meramente prácticos hacer esto no resulta ser una forma de trabajo muy eficiente a largo plazo. Si partimos de la base de que no aceptamos nuestra realidad presente, es imposible fijarnos unos plazos ni unas metas muy realistas y factibles. Esto lleva a un “plus” de frustración y ansiedad, con lo cual podemos sentirnos paralizados, literalmente. En algunos casos la “vocecita” mental que nos recuerdas nuestros “deberías”, y que a la par que se va frustrando se vuelve más insistente, llega a ser tan insoportable que se buscan formas (inconscientes) de acallarla, sea pasando horas delante de la televisión o del ordenador para adormecer la consciencia, sea recurriendo al alcohol, las drogas, etc. A niveles más internos, más sutiles, más directamente relacionados con nuestro Ser, imaginad si a alguien cercano durante años, a diario, a todas horas, le dijerais “No te amo, no te acepto como eres, sino como yo creo que deberías ser”, ¿cuál pensáis que sería el resultado?  Pues eso mismo es lo que nos hacemos cuando nuestros “deberías” surgen de la no aceptación.
Hay otra forma de vivir la búsqueda de la excelencia personal, porque al fin y al cabo los deberías, cuando no son materiales, son una búsqueda de excelencia personal, de ser mejores en aquellos aspectos que consideramos que podemos mejorar. Si partimos de la realidad de quien soy, y de cómo soy ahora, en este momento, si soy capaz de aceptarme y amarme ahora, no en ese hipotético futuro en el cual conseguiré determinadas metas, si me reconozco digno de amor y respecto, desde ese amor sí surgen determinados “deberías”, aunque ya no son “deberías” sino anhelos. El anhelo de una excelencia personal en el sentido de un deseo íntimo de ser mejor, ¿por qué? Porque del mismo modo que cuando amamos a alguien de verdad, no egoístamente ni posesivamente, deseamos lo mejor para él, de igual modo desde el amor incondicional por nosotros mismos nos deseamos lo mejor. Desde ahí surge esa verdadera autoestima (de la que he hablado en una anterior entrada del blog), y desde ahí sí que surge un sano impulso de excelencia, de búsqueda de mejorar, de mostrar, de expresar, de hacer. Desde el amor, desde una elevada autoestima, sí que me parecen correctos, y loables, y necesarios, los sobreesfuerzos, los “deberías” que buscan ser mejor, porque eso también es aceptación de lo que es. Estoy íntimamente convencida de que lo que somos es muy grande, limitarnos es también una forma de no aceptar la nuestra realidad.
¿De dónde surgen mis “deberías”?, ¿del miedo, de la frustración, de la no aceptación, incluso del odio hacia mí mismo, o del Amor, por mi Ser y, por ende, por todos los Seres?